Diario de León

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Me había retado a mí mismo a no mencionarles en unas columnas a Cervantes… y he perdido. Tampoco lo lamento, en esto también soy fácil de vencer. Hoy, de nuevo toca don Miguel en mi garito. Y no padezco incontinencia cervantista. Ha sido noticia nacional e internacional. El Ayuntamiento de Barcelona ha rechazado la propuesta de Ciudadanos para colocar sendas esculturas de don Quijote y Sancho en la Barceloneta. ¿Va a permanecer mudo mi teclado? El portavoz del grupo naranja, Paco Sierra, hijo de escultor, está dispuesto a sufragarlas o a buscar quien lo haga, siempre que se ubique en tal espacio, donde el caballero andante y su escudero vieron por vez primera el mar. El argumento dado para el rechazo es que Cervantes y sus personajes ya están homenajeados en la ciudad. Cierto, pero es la única que visita y la elogia como la más hospitalaria, si bien es cierto que también se mofaron de él lo suyo. En esa playa fue derrotado en justa. «Aquí fue Troya, aquí mi desdicha», admitió con desgarro. Sería, pues, bello reconocimiento colocar esas esculturas. Y con el lema: «Aquí empezó a fenecer don Quijote». Y otra de Dulcinea. Tras haber sido vencido, pudo cumplir con el dolor de retirarse de la caballería, pero se negó a pronunciar que había otra dama más bella y perfecta que la suya. Antes, muerto. Por ello, homenajear a don Quijote es homenajear al amor. A partir de tal derrota, la realidad —que no la verdad— se impuso. Regresó a su aldea. No se muera, mi señor, que aún debemos hacernos pastores… le pediría Sancho. Pero la realidad —que no la verdad, insisto— ya le había herido de cordura.

Voy a proponer a nuestro gran escultor Amancio González, cada día más universal, que nos lleguemos en un plis plás hasta la Barceloneta y esculpa allí, sobre la arena de la playa en la que don Quijote perdió todo menos el amor, un gran ¡Viva Cervantes! Por supuesto, de noche. No vayamos a acabar manteados, como Sancho en la venta.

Mi reto de no mencionarles en unas semanas a Cervantes sigue vigente. Claro que si hoy hallan en León el rucio perdido de Sancho o un tirabuzón de Dulcinea ¿no voy a abordarlo en mi columna del martes? De aparecer, no me costaría admitirles: confieso que he perdido. De nuevo.

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