Diario de León

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Cojo mi ejemplar de Guerra y Paz , de Tolstoi, uno de mis libros preferidos. La trama no cambia, sí sus enseñanzas. Este es un don reservado a las obras maestras. En la historia y en la Historia, la invadida era entonces Rusia. Ahora, miles de jóvenes de ese país tratan de huir de su patria para no morir ni matar por una invasión militar decidida por Putin. Napoleón sería hoy en juzgado por crímenes contra la humanidad, ¿lo será este nuevo dictador? Al principio de Guerra y Paz , el príncipe Andréi sueña con alcanzar la gloria en el combate, que prefiere a una vida apacible, aunque sea a costa de la muerte de miles de hombres, rivales o propios, incluso de su propia existencia. «Si muero mañana, todo seguirá igual pero sin mí», se dice. La vida le dio una oportunidad de comprender su error. Siempre hay un microcosmos que queda alterado con la muerte, especialmente si es violenta, si no debió ocurrir según las leyes universales y ancestrales del amor al prójimo. En Noceda del Bierzo, gracias a la labor de la Asociación para la Recuperación para la Memoria Histórica, se ha dado cristiana sepultura a los restos de Luis Vega asesinado por nacionales en septiembre de 1936. Tenía 18 años y fue arrojado a una fosa común. La cadena de su vida fue interrumpida por hombres a quienes quizá conocía. A esa edad, aún tienes la infancia cerca. Sin él, nada siguió igual para los suyos.

Hace años, entrevisté en León para este periódico a un soviético, catedrático de Historia Militar de la URSS. Su país ya no se llamaba así, la solemne asignatura había quedado obsoleta. Me pareció un personaje de cuento borgiano. Al verlo, me pregunté si habría leído Guerra y paz. Hoy, al recordarlo, mi pregunta es si estaba ya muerto cuando le entrevisté. Si cuando su mundo se diluyó también dijo: «Si muero mañana, todo seguirá igual pero sin mí».

Vuelvo a meter el libro en la estantería. Cuando el príncipe Andréi está herido en el suelo, y cree llegado su final comprende: «No quiero morir. Amo la vida, amo esta hierba, la tierra, el aire…». Supongo que lo mismo gritó Luis Vega. Pero sí murió, en una hora no designada por Dios sino por los hombres. Solo tenía 18 años. Nada siguió igual sin él. Ya descansa en paz.

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