Diario de León

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Con el sumidero abierto de los túneles de Pajares, que llevan unos años engullendo millones y traspasando agua de la montaña leonesa a Asturias, acaso convenga recordar otros raptos naturales, más frecuentes de lo que parece. También es verdad que resultan más baratos y menos pérfidos que la sangría de Pajares, cuyos derrames son la excusa para acelerar el tren veloz en otras direcciones. De todas las comarcas de mi geografía sentimental, Omaña es sin duda la que ofrece más raptos de agua en sus confines.  

Los geógrafos llaman valles muertos a los escenarios de este fenómeno, porque dejan cabeceras sin río. Entre Murias de Ponjos y Espina de Tremor se prolonga un extenso cuenco seco, como en el Puerto de La Magdalena, donde el Sil le roba al Omaña los arroyos de Vivero y de Los Bayos, y en la collada de Bobia, donde es el Omaña el que deja sin río al valle de Canales. También en el límite de Babia y Laciana, el Sil se bebe las primeras fuentes del Luna.  

El arroyo Samario acabó bautizando como Valdesamario a la comarca minera encajada entre Omaña, a cuya órbita se adscribe, la Cepeda y El Bierzo Alto. Su alivio natural discurre hacia la cuenca del Omaña, por La Garandilla, pero desde hace cuatro décadas el caudal retenido en un pequeño embalse entre montañas surte por un canal subterráneo al pantano de Villameca. No es el único rapto de sus aguas fluviales. Como tantos otros ríos de la montaña, en su cabecera padece la captura del Nodellos, afluente del Tremor.  

Tampoco el sangrado para surtir un embalse es singular. Junto a Tolibia de Abajo, en el Curueño, hay otra captura de aguas para el embalse del Porma, que ideó el novelista Juan Benet. Hasta Murias de Ponjos, que en su nombre delata la condición de límite o frontera, el valle muestra una escueta vega de praderío, parcelada con setos vegetales, que arropa el curso arbolado del río. La carretera remonta el valle por la solana y a su derecha se empina una lomba poblada de matojos. En cambio, el monte que separa Valdesamario de la Cepeda, ofrece su umbría tapizada por un bosque centenario, en el que descuella el mestizaje de especies como el abedul con otras más comunes. Valdesamario tiene una tradición minera milenaria, que empieza con las explotaciones auríferas de los romanos y concluyó hace unas décadas. Ahora aquellos yacimientos constituyen un depósito de fósiles valiosísimos, a menudo malogrados por la inconsciencia de los buscadores de formas curiosas. En el paraje de Bigaña se aprecian huellas de dinosaurio en la roca. El último aliciente de la comarca lo constituyen las peñas con siluetas escultóricas y los vestigios de su rico patrimonio comunal de molinos, hornos y fuentes, que sin embargo ha perdido las techumbres vegetales.

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