Diario de León

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P uesto de moda a futuros propósitos por la vicepresidenta del Gobierno, Yolanda Díaz, el término «ego» —exceso de autoestima, en la segunda acepción el DRAE— explica con bastante precisión algunos de los episodios de la actualidad política española.

La señora Díaz, reciente prologuista del vetusto Manifiesto Comunista, alerta de una posible retirada suya de la política caso de sentirse agobiada por el exceso de egos de su entorno sin percatarse de qué de sus palabras se desprendía la entronización de su propio ego. Habrá que estar atentos a esta estrella emergente en la política española promocionada por el dedazo de Pablo Iglesias.

No es la única sobre el escenario que conoce lo mucho que la política le debe al teatro. Pedro Sánchez es otro personaje que va de sobrado por la vida. En su caso y alrededor de su ego se ha construido un llamativo culto a la personalidad de quien hasta desembarcar en la política apenas había despuntado en la vida profesional.

Por la senda de los egos transitaba también hasta hace poco a paso de carga Pablo Iglesias, hoy fuera de la política o quizá solo emboscado. El suyo fue un ejercicio superlativo de ego. Tanto como para llegar a condicionar la vida política nacional en los dos últimos años dejando una semilla de discordia que costará superar.

El exceso de ego, que no pocas veces deriva en hybris , en arrogancia, explica uno de los grandes misterios de la condición humana: la pulsión que empuja a individualizarse por encima de los demás. A ser uno o una entre un millón. Mucho más en el caso de los políticos. Pero es lo que hay.

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