Diario de León

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Se habla de los ‘supervivientes del 78’ como de los de una guerra o un terremoto. Aquel ‘espíritu del 78’, que animó la Constitución vigente, la verdad es que estalló en pedazos hace seis años, cuando abdicó Juan Carlos I en su hijo, cuando Alfredo Pérez Rubalcaba cedió los trastos del PSOE a Pedro Sánchez, cuando surgieron los ‘emergentes’, con Podemos y su entonces desconcertante líder al frente. Hoy, los supervivientes, arrumbados en el jarrón chino de los recuerdos, protestan, se rebelan; quieren que el resto de los españoles sepan que ellos también estuvieron allí, construyendo el país, este país que ahora disfrutamos y padecemos. Y entonces, por tanto, esos manifiestos, que son como una protesta.

Manifiestos y escritos varios en defensa del legado de Juan Carlos I, de la probidad de Rodolfo Martín Villa —un personaje clave en la Transición, injustamente asediado por una juez argentina, María Salvini—; protestas porque, a cuenta del anuncio de la versión cinematográfica de la gran novela de Fernando Aramburu, Patria, se quiere desnaturalizar la esencia de ETA, que fue nuestra pesadilla durante cuarenta años. Tomas de posición sobre el regreso del pazo de Meirás como un bien de todos los españoles, y no de la familia de Franco, el caudillo que, fuera del Valle de los Caídos, está muy olvidado en su tumba de Mingorrubio. Claro que él no era ‘de los del 78’, sino casi como Chindasvinto.

Hay, en fin, como un afán en los nuevos gobernantes por hacer tabla rasa con esos ‘supervivientes del 78’ que, por cierto, son, somos, muchos. El PP ha enterrado a las gentes de Fraga, de Aznar y hasta a las de Rajoy: es otro PP. En el PSOE ocurre exactamente lo mismo con quienes trabajaron con Felipe González, con Zapatero. Y, claro, de la UCD suarista ya ni le hablo: la misma actualidad que la lista de los reyes godos. Supongo que, en los casos más empecinados en sepultar en vida a esos supervivientes, aplicándoles además —Podemos con Martín Villa, por ejemplo— la pena infamante, late el deseo de que, junto con las personas, se vaya por el desagüe la propia Constitución del 78. Y, ya que estamos,también el sistema, la forma del Estado, del que esta Constitución es el marco.

Pienso que la Constitución ha de ser reformada, desde luego; cuarenta y tantos años no pasan en balde con una ley fundamental tan detallista como la nuestra. Pero me preocupa este afán por borrar los mejores perfiles de ese pasado inmediato que aún tiene muchos valores que aportar al presente algo miserable y angustiado que vivimos y al futuro borroso que se nos presenta. Me fío, la verdad, mucho más de esos hombres y mujeres que construyeron país y que, con la memoria de Juan Carlos I, quieren reivindicar la suya propia, que de quienes susurran himnos de revolución sin haber asegurado los cimientos del edificio nacional, que a veces da la impresión de que corre el riesgo de tambalearse por la impericia de los aparejadores de la situación.

La primera Transición se basó en el consenso entre las fuerzas políticas más dispares, y ya vemos que no parece ser este hoy el camino elegido. Acusar a Pablo Casado, tras su encuentro de este miércoles con Pedro Sánchez, poco menos que de estar en contra de la Constitución, como hizo explícitamente la ministra portavoz del Gobierno, en fin, qué quiere que le diga. Cierto que pienso que la estrategia del PP está llena de contradicciones y puntos flacos, pero también creo que el Ejecutivo de Sánchez parece haber decidido emprender una cruzada en toda regla para aislar a los ‘populares’. Algo que, a estos niveles, ni Suárez, ni Felipe González, ni Aznar, ni Zapatero, ni Rajoy, que son los más emblemáticos ‘supervivientes del 78’, hubiesen hecho. Claro, todo lo que nos está ocurriendo es inédito, en parte porque la pandemia. Pero este nuevo adanismo, que piensa que nada existió hasta que llegaron los ‘nuevos’, es, sin duda, uno de los grandes males que nos aquejan. Que no se extrañen luego de que esos a los que creen muertos vivientes, la inmensa ‘generación del 78’, que es mucho más que una generación, se cabreen. Y hagan manifiestos, que son como una manifestación en pequeño, pero con mucho más eco.

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