Diario de León

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Juan Ramón Masoliver ha publicado recientemente un hermoso libro de poemas, «La Plenitud del vacío», a caballo entre los recuerdos del pasado y el final de la vida. Lo nuestro, políticamente hablando, cuando empieza el curso político, es la plenitud de la incertidumbre. El vacío, seguramente, llegará después. Cada vez es más oscuro el panorama y los españoles se dividen entre los que creen ver algo de luz al final del túnel, los que sólo ven oscuridad y los que conducen el tren a ciegas, improvisando sobre la marcha y sin saber qué hacer para atravesarlo. Mientras se disparan los precios del gas y de la electricidad, la guerra en Ucrania apunta a peor, la recesión parece inminente, los consumidores empiezan a apretarse el cinturón porque la subida de los precios afecta a todos los productos, incluidos los más básicos, la sequía amenaza y crece la desconfianza de los empresarios, el Gobierno ha dedicado el verano a descansar y a insultar a Alberto Núñez Feijóo. Nada menos que once ministros han cumplido lo que parece más una consigna tuitera de la Moncloa que una reflexión individual: «Cínico, sectario, ignorante, inmaduro, mentiroso, incompetente, antidemocrático, trumpista, sin sentido del Estado, no fiable, falto de liderazgo, pesimista, negacionista, obstruccionista, frívolo, egoísta, rehén de Díaz Ayuso...». Creo que ni siquiera ésta, en sus mejores momentos, fue capaz de concitar tantos insultos. De los ministros que han descargado su ira contra el líder del PP, solo hay dos hombres. El resto, nueve, mujeres. Y, por cierto, «ninguno, ninguna y ningune» del sector podemita, todos del PSOE. Eso pasa por tener dos Gobiernos en uno y no mandar sobre ambos.

Pero a lo que vamos. Estamos saliendo ya del «modo verano» y los esparcimientos no sirven más que para hacer teatro del malo. Este Gobierno necesita entenderse con Feijóo no solo porque los problemas son de Estado y no se puede -se puede, pero no se debe- legislar solo para sus votantes o desde una óptica sectaria, sino también porque cada vez está más en la cuerda floja por la presión de sus aliados y no puede gobernar por decreto ley, al margen del Congreso, como viene haciendo, sin riesgo de que todo salte por los aires por cualquier desafección.

El profesor Alejandro Nieto ha escrito que este Gobierno «fomenta un nacionalismo independentista, es benévolo con los terroristas deficientemente recuperados, sus constantes vaivenes hacen imprevisible su política nacional e internacional, vive sometido a un chantaje permanente, no vacila en demorar o rechazar el cumplimiento de sentencias y de ejecutar normas superiores, es opaco en sus procedimientos y contradictorio en sus decisiones». La legitimidad de la democracia no está solo en su origen sino también en el comportamiento. Y ahí falla nuestro Estado de Derecho y se resiente la seguridad jurídica. El PP tiene que sumar pero no puede ser marginado por el Gobierno. Durante la pandemia, el Gobierno y su presidente se hartaron de hablar de cogobernanza, que era más una manera de repartir las culpas entre todos que de discutir y acordar las decisiones. Estamos en un momento tan grave como ese y es imprescindible el diálogo entre Gobierno y oposición, entre Gobierno y comunidades autónomas, entre el Ejecutivo y los agentes sociales. Diálogo para pactar y obtener consensos.

Theodor Kallifatides pone en boca de Alcibíades estas palabras: «¿Cómo voy a ser capaz de gobernar una ciudad cuando no puedo gobernarme a mí mismo?». Seguramente Sánchez piensa lo que ese mismo personaje afirma en otro momento: «El sentido de la vida no es más que el último refugio de los débiles».

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