Diario de León

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A pesar de que se piensa lo contrario, hay revoluciones que no hacen ruido. Todo empezó con el vídeo comunitario. Los más talludos recordarán como, en los 80, algunos vecinos cableaban las fachadas para mandar un enlace a todos sus vecinos y, a determinada hora, ponerles desde su vídeo una película.

Sólo unos pocos años antes se había producido otro hecho revolucionario como fue el nacimiento de la Betamax y, con ella, la posibilidad de convertir en autores audiovisuales a cualquiera que, por muy poco dinero, adquiriese un tomavistas y unas pocas cintas de vídeo. Era algo de lo que ya hablaban los creadores más vanguardistas de la Francia de la Nouvelle Vague y de la Italia del neorrealismo, que llegaría un momento en que aquellas máquinas que estaban reservadas a la industria cinematográfica se convertirían en accesibles para todo el mundo. Lo cierto es que, cuando aquello pasó, la mayoría de la gente lo usó para grabar un domingo en el campo, una paella que había quedado especialmente bonita o a su madre tapándose la cara y gritando «A mí no me saques que voy hecha un adefesio». Sin embargo surgió también un movimiento como el videoarte que, sobre todo en Japón y Estados Unidos, permitió algunos de los avances en lo visual que acabarían transpirado al cine. No es difícil ver en autores como David Fincher, sus paseos por aquellas galerías casi clandestinas que exponían obras pedestres pero llenas de miradas inquietantes y distintas. Ahora hace muy pocos años que tenemos una posibilidad en nuestras casas que parecía de ciencia ficción sólo unos años atrás. Recuerdo algunos libros de comunicación audiovisual que hablaban de la televisión a la carta como una quimera. Las plataformas no tienen tanto tiempo y, sin embargo, ya, según nos dicen, han entrado en declive. El sueño de poder autogestionarse el consumo audiovisual ya es una realidad y, como todos los principios, está necesitando un ajuste. Probablemente se ha abusado de la novedad. Del gusto del espectador de poder elegir para darle a elegir por debajo de las calidades que podían satisfacerle y eso ha provocado un desapego. Pero no se llamen a engaño, las revoluciones sirven para marcar una línea en la retaguardia a partir de la que no se pueda retroceder y las plataformas van a seguir siendo nuestra manera de consumir películas y series. Seguirán estando hasta que, por medio de un chip, podamos cerrar los ojos y ver lo que queramos. Y sí, esto también es ciencia ficción, como lo fue lo que vivimos hoy.

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