Diario de León

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Ha sido de veras instructivo asistir a la variada gama de reacciones que ha desatado el discurso de la joven escritora Ana Iris Simón acerca de la España rural en el palacio de la Moncloa y en presencia de su actual inquilino. Lo primero que conviene anotar es la visceralidad con que se recibe un mensaje a favor de valores sobre los que no debería existir conflicto, como la familia, la solidaridad o la necesidad de ofrecer oportunidades a los más jóvenes para poder sacar adelante un proyecto de vida. Que la familia es un soporte preciado y crucial para la mayoría de los españoles no sólo lo dicen todas las encuestas, sino los datos empíricos que acreditan su función como amortiguador de las crisis recientes.

Que un país no puede desatender el desarrollo de una amplia extensión de su territorio, y que debe procurar que las nuevas generaciones hagan su camino, es tan de sentido común que lo asombroso es que lo hayamos descuidado así.

Lo segundo que llama la atención es que esa respuesta de tono airado le llegue a la joven escritora desde ambos lados del espectro político, incluida la izquierda, con la que en más de una ocasión se ha declarado alineada. Quizá sea por este flanco por donde los ataques han cobrado mayor ferocidad, imputándole un extremismo reaccionario que resulta muy difícil percibir en su discurso, ni por lo que dijo ni por cómo lo dijo.

Lo que Simón se atrevió a hacer es algo tan cuerdo y tan necesario como cuestionarse las inercias, mentales y de toda índole, que hemos dejado que conformen la sociedad en la que vivimos, de un modo que no puede precisamente calificarse de exitoso. Y no ha dudado para ello en cuestionarse a sí misma, a los suyos y sus propias ideas recibidas. Como debe ser, si uno quiere ir más allá de la fea y estéril costumbre de cargar la culpa a otros.

El problema es hacer eso en un país de hooligans, que es el que entre los desatinos de todos, amplificados por las nefastas redes sociales, se nos esta quedando de un tiempo a esta parte. A los hooligans políticos les siguen en disciplinado tropel los hooligans mediáticos, a los que se han sumado los hooligans intelectuales, todos piando en estruendosa bandada cuando algo choca con sus esquemas. A esos practicantes de la más burda lógica binaria, un mensaje como el de Simón, fruto del pensamiento propio, y expresado con mesura, los arroja al desconcierto y al cortocircuito. Por eso, en lugar de rebatirlo desde la racionalidad, optan por la pura y simple embestida.

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