Diario de León

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Arriba esa gente que atropa cinco mil al mes, sin IVA, por repetir machacona que las cosas le van bien a León. Fantástico. Superior, que es la expresión más uniforme entre la generación que enterramos confiada en que dejaba un lugar próspero, a la que no le quedó otro remedio que envejecer a los cuarenta, a fuerza de comer corruscos de pan con tocino sin hebra, y siete días de patatas y sebo, a fin de ahorrar la perra gorda con la que satisfacer la necesidad sobrevenida, un jarabe, el bronco fenil forte, por ejemplo, que aliviaba las pulmonías agarradas por los pies y días de pinote al frío, al agua y la nieve, a abriles con el morro retorcido, como este que ya se adivina detrás de la cresta de las Pintas. León está superior. Razones tendrán los de los cinco mil al mes por la función subastada de contarnos cuentos. Ahí siguen las cifras; siete mil desempleados menos que hace un año, vociferan con el volumen cada vez más elevado, porque todos tienen familia, y el miedo es libre, y la mancha se extiende, y ya ni queda privilegio para repartir entre privilegiados, para rebajar el escándalo que arrastra la realidad: los siete mil que se quitan del paro son los mismos siete mil de la maleta y el pendolín, carretera y manta, y pista, hasta donde el tren los lleve. Después de lo del impacto cívico, que fue tabla redonda, como mesa por León pero sin primera piedra, no se podía saber que las soluciones sobadas para el nuevo amanecer tenían el desenlace de las tragedias. Con Nabucco de fondo, bajo el árbol que plantó el de Biomédica aparecen las caras de Bélmez de los sindicalistas que chuparon la cañada del hueso del cocido. Los que, por omisión, empujaron la catástrofe (que oscila entre sesenta y cien mil almas perdidas o emigradas, según cifras de los convocantes o las de la policía) son los mismos que ofrecen las tiritas. Industria, no; empleo, no; lo que sobran son escenarios bíblicos para recrear parábolas que distraen de la causa de la fatalidad. Enterradores, obsesionados ahora con la resurrección. Entre citas costumbristas, este que suscribe está en condiciones de detallar fecha y hora de aquella llamada de asuntos internos de la Moncloa, que invitó al alcaldín a dejar de joder con la pelota de la autovía a Braganza, que antes muertos que pisarle un callo al power castellano.

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