Diario de León

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A la par del tú decir que si te votan, tú sacarnos de la Otan, hubo otro desencanto colectivo que desalojó de la inocencia. Ya quisieran los francotiradores a sueldo de Netflix hilvanar con el tino de aquella pieza legendaria de la transición que fue Anillos de Oro. La primera fábrica de agnósticos contemporáneos. Los ochenta son un estado mental, una forma de interpretar la vida a la que se puede regresar, cuando apetezca; como a la infancia en el regazo de abuelita. En los ochenta hubo tanta ingenuidad que nadie cuestionó el sapo del estado de las autonomías. Hasta el divorcio de Ana Diosdado, y el hilo que preparó al creyente del VHF para la comunión de la modernidad. Era Anillos de Oro o ver a Carcedo sacudir leña a Reagan, sin  resuello. Anillos de Oro dejó más descreídos que Pastorinas, 7-5 B, mitad cita bíblica, mitad expediente clasificado. Aquel primer serial de la democracia allanó el terreno para que el subconsciente común entendiera entre líneas una década después el ripio de González, tocado por el don de la oratoria, cuando anunció a Jordi Solé Tura, ministro de Cultura. Fue el momento más próximo del felipismo a la poesía; salvo versos sueltos, como Filesa, Maesa o Time-Export.

Todavía precisó de algún que otro culebrón para retorcer la voluntad inicial del votante, y lograr que las urnas terminaran de darle la vuelta a la encuesta (esto, entonado por Chaves, resume veinte años de pensamiento único). Ahora, sobra escenario; cada cual sabe dónde está con solo ver quien anda al otro lado. Puedes amar al aspirante a la presidencia del gobierno; luego, al tapar la nariz para apoyarle con la opción que dan en las circunscripciones muere más romanticismo que en una sobredosis de Diazepam. El resto, se sabe de carrerilla. Si al votante lo engañan una vez, acierto del político; si dos, fue que se dejó. El desengaño funda la decepción, que abre la puerta a la certeza. La certeza siempre trae paz. Algo positivo, al fin.  No hay sonrisa y pose con tiempo para emborronar lo que está escrito desde antes de que Sánchez anunciara la vuelta de la burra al trigo y la revolución naranja se tirara en plancha a una piscina vacía. Imposible otro final de temporada para una campaña electoral  que comenzó en los cementerios y desemboca en la víspera de san Martino, en una alegoría fascinante de los episodios provinciales que ofrece el calendario isidoriano.

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