Diario de León

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Esa revisión de la sedición a la carta le venía como Dios a las aguas alborotadas de León. Con carácter retroactivo, a ser posible, para levantar el yugo de la pena de las cuatro presas que encarcelan en mazmorras las almas perdidas del Luna, del Porma, del Sil y del Esla. No hay reparación para los que pagaron la culpa de la sedición del agua, con la condena sumarísima de lo tomas o lo dejas de saberse vagabundos de su propia memoria por el resto de sus días. El agua de León es un acto de fe que se venera con la vela tenue que espera sobrevivir a la lluvia del altar de noviembre. Los colonos no entienden que el leonés mira el agua como los panaderos entienden la masa madre. Esto ya era una paraíso sin muros de hormigón para almacenar las gotas en graneros, en silos, a los que recurrir para saciar la avaricia de los ricos que planifican más riqueza en los lugares que decidieron hacer ricos por la ley del real decreto, el boletín oficial y por sus cojones. Cuando la avaricia tenga un castigo en el código penal como la sedición, llegará la oportunidad de León de resarcirse de estos años en los que cambiaron las reglas del juego nada más que por la gusa de alimentar con agua que mana para ir al mar, que es el morir, los polígonos industriales de la meseta. Esto no es 1981, pero hacen lo mismo que decidieron amañar antes de que empezaran a planificar la vida de los leoneses con planes quinquenales. Y vamos por la octava edición. Las aguas sediciosas de León ponen cachondas a las mentes de los ingenieros de la geopolítica al servicio del poder. Y, en medio de ese jolgorio que arrastran cuando se tiran peña abajo, sugieren finales apoteósicos en ese desierto del Sinaí que se intuye los días claros al otro lado de la sabana. Los políticos que dicen que defienden a León miran a las alpabardas (apabardas, en leonés de toda la vida), mientras se cuece la próxima campaña de pedir el voto por dejar que el agua de León reniegue de la sedición. No estamos en 1999. Pero sigue en carne viva la acequia que abrieron como un surco por la femoral de la cuenca leonesa para llevar el agua a su molino. El agua sediciosa de León; que, como bien se sabe, es de todos. No como la Renault, que es de Francia, o la propaganda estática que te impulsa.

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