Diario de León

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El Tour es una fruta de temporada, como las cerezas; con un momento para dejarse ver y otro para saborearse, antes de que el envite del calorazo agote el margen para hincar el diente. Hay una relación mística entre la fruta de hueso y la épica que generan las carreteras de Francia en este albor veraniego que invita a pensar en las fuerzas divinas que mueven los hilos, llámalo dios, llámalo energía, llámalo providencia; que grava la sociedad del entretenimiento de ciclistas y las solanas de los valles que llevan al corazón de Truchas de frutales cargados de guirnaldas, apiñadas como pendientes en flor en los lóbulos del cerezo, con ese tono escarlata que tienta a la carne, con el ven y cógeme, irresistible, que no tiene más parangón que las siestas en la tele, cuando el pelotón serpentea por la campiña del Limoges, entre balas de heno y un campo de girasoles y maíz estructurado a capricho de la política agraria común. A veces, creo que me gustan las cerezas de Benuza y de Puente Domingo Flórez por la misma razón que me embelesa un ataque en pleno Galibier, que me vuelve loco la textura de la cereza rojo carnal que la lengua estruja como un beso contra el cielo de la boca, por la causa que entusiasma ese Mont Ventoux que siempre nos reserva la vida. Por la pasión, que requiere del momento, antes de que la fecha de caducidad que imprime el ciclo vital deseche el producto por falta de jugo. El ahora es demasiado tarde, princesa, de 2020, que sacó de bolos a la mejor carrera del mundo, y en vez de a coger cerezas, casi llegamos a las uvas del Merlot y el Sauvignon que imprimen los mejores Burdeos. Que es Francia, pero no el Tour. Habría que incluir en las pruebas de los psicotécnicos que validan los méritos para acceder a la función pública, el filtro de cómo afrontan los aspirantes los retos; si se creen Indurain en Hautacam o Indurain después de que Bjarne Rjis se convirtiera en el hombre que mató a Liberty Valance. Parece que no, pero esa disposición lo dice todo; tanto, como la actitud que lleva a un globero de andar por casa a colocarse debajo de un cerezo y saciar con ardor los flujos del ácido láctico que ya iba por el alto del 18 cuando apenas habíamos dado vista a Lorenzana. El tour y las cerezas son el mismo mes del año.

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