Diario de León

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El cambio también era que la tribu de los millennials terminara por revolcar el huso horario del alterne; la copa de las siete de la mañana, con ese sonoro sabor a colonia que dejaba el paladar listo para afrontar una operación de encías, es historia. Mejor para esta sociedad, que había aprendido a enfrentarse a la realidad diaria anestesiada por noches enteras de alcohol y desfase, los excesos de la juerga a la luz de la luna que confunde las sombras, y dejaba en mal lugar la comparación con los vecinos europeos, tan discretos y reservados, tan formales, para disimular que aman el trabajo por encima del poso de la botella; hasta el hábito de no saber divertirse sin un vaso entre las manos y el hígado a punto de tirar la toalla. Hay dos generaciones en vida que no conocieron otra forma de entregarse al desenfreno. Ahora ya no; ahora sólo a un iluminado se le ocurriría abrir un local nocturno entre luces de neón y filtros reflectantes que hacían relucir las dentaduras y barnizaban los ojos del gato pardo con el fulgor del jaguar en el interior de la maleza. Se jubila medio siglo de juerga; se bebe a mediodía; se bebe por la tarde; no a la vera del lucero del alba. La tendencia es dominante en las grandes urbes; y avanza imparable hasta cambiar el modelo de relación vigente que nos socializó. El botellón que mató a la estrella de la boite es un embrión al lado del terremoto del café torero que arrasó con el estruendo de los pubes. Llega un momento en el que el páncreas no da más de sí. También es un tic de protección y supervivencia; para la salud y la cartera. Maricarmen, tu hijo está en el after awer; tu no lo sabes, tu no lo sabes, tu hijo es el último en salir de todas raves, son estrofas que se ofrecen como epílogo del el último cuarto de siglo que nos precede, ahora que pierden todo el significado en favor de estos ripios contemporáneos que invocan a todos los amigos que se llaman Cayetano, no votan al PP, votan a Ciudadanos; es lo apropiado para este momento de campaña electoral perpetua, que cualquier atardecer de este otoño nos va a atropellar igual que el sol de aquellas mañanas de junio que animaba a volver a la oficina con los ojos inyectados en ginebra y el esófago punto de centrifugar, con esa sensación de cotton club que deja el bourbon en los estómagos vacíos. Lo que venía a ser un doblete de libro, vamos.

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