Diario de León

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Hay estampidas de ñus en las llanuras del Mara más recomendables para apaciguar los nervios que un ratín a la orilla de los tramos urbanos de la N-120, insigne vía que franquea el Camino de Santiago; hay trotes del bisonte en plenos Apalaches que replican la sensación de bailar con articulados de cinco ejes en el salón de casa, cuando la casa está a menos de cien metros del arcén de una travesía que desde hace años es un tormento. La N-120, conocida en el mundo del santo y seña como la carretera a Astorga, es el termómetro que mide lo que le importan los leoneses a sus gobernantes. Que no será amor incondicional, si se toma en cuenta que a la siniestralidad que se desparrama por la calzada no le han puesto otra cosa que radares, ojos de búho, cajas registradoras para pescar en el río revuelto cargado de peces. Ah, y una línea continua. Los modelos de desarrollo se decidieron para desarrollar; ahora ya se entiende la razón por la que colocaron un peaje en la vía de alta capacidad entre León y Astorga, mientras en la Castilla profunda corren los convoyes libres como la burra del guarda, y van ya por el tercer carril; por eso, para que la demanda no llegara a obligar a colocar el tercer carril en sentido a Ponferrada. El principal corredor destinado a cohesionar el territorio leonés (el territorio, que no el mapa, por mucho que se empeñe en hacer creer esa patraña política de la ordenación y fomento del koljós) se asienta sobre una vía de doble sentido atestada de clientes, que recorren un desfiladero. No se sabe a estas alturas de proceso político avanzado de acoso y derribo a León cuántos muertos más van a hacer falta para acabar con la ansiedad que devora el asfalto de esta carretera de la muerte; cuántos muertos más; veinte, cincuenta, o cien, hasta que se decidan a abrir las puertas del peaje y compensar de gracias los desaires de tantos años, que también en materia de seguridad vial se merecen los sufridos leoneses. Hace tiempo que los políticos asumieron la función de describir la realidad, relatar las desgracias, en vez de ponerlas coto. En la gestión del tráfico por el corredor de futuro en el que siempre creyó León, en vez de solucionar los problemas, han empezado a subsidiarlos. La gran desgracia es que muere gente. Que mata a la gente.

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