Diario de León

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A veces, recurro al historial clínico para saber quién es quién en la escaleta de personajes que maneja Fanjul, columna arriba, columna abajo, como cuando los dioses echan alpiste para que los ruiseñores sostengan el bullicio en el jardín de las delicias; y no queda más remedio que bajar hasta el norte de Castilla, que no es el alter ego del sur de León, por más que se empeñe el canciller de la cancillería del sus vais a enterar, paletos. El escenario ofrece la misma sensación que pueden tener los socios y simpatizantes del Barça al seguir la actualidad azulgrana por las televisiones y programas madridistas, que abrían edición el mes pasado con encuestas en las que Laporta no pasaba del diez por ciento de los votos. De lo que ves, la mitad; de lo que te digan, nada, se empeñaron en alumbrar las abuelas de la generación que llegó a la pubertad con el Mundial 82, cuando el Naranjito se prestó de hilo conductor para las primeras lecciones que asumió España sobre los engranajes del poder, con Sandro Pertini tan en plan tiffosi en el palco del Bernabéu con los goles de Rossi y Altobelli al panzer alemán, que se tomó a chufla la idea de Calvo Sotelo de convocar elecciones para mullir el ascenso de Felipe a los cielos; el ánimo del centro por inmolarse no es de ayer. Desde entonces, ni Aznar; no hubo otro centro derecha que el de Michel, que las dejaba como le gustaban al otro Felipe. Dicen que en la escuela de postgrados de Gobelas instruyen a los aspirantes a pilotos del PSOE con ensayos prácticos sobre cómo quitarle la chocolatina a los graduados centristas, con la disculpa parva de quien te enseña un burro que vuela y te levanta la merienda del cabás. Mira, la ultraderecha. Alguna asignatura se perdieron en la última promoción de esa clase dirigente que este lunes protagonizó el tercer ensayo de cómo sentar a un centrista al banquete de la socialdemocracia. No será por lo que Rajoy no machacó con los que tienen vocación de bisagra. Y así se entretuvo al personal un lunes anodino, de un marzo insustancial, de un lugar narcotizado. Otra cosa hubiera sido sin miedo escénico, y sin el temor a la canallesca castellana; sin el vértigo que dan seis minutos sin verborrea. De golpe. Para que se entendiera de una vez de qué va esto; por el poder del lenguaje, que radica en el silencio.

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