Diario de León

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Qué se yo la cantidad de veces que nos dejamos sorprender al alba por los cambios que traen los días que son iguales, cuando en los tugurios de buena muerte que nos dieron tanta vida se podía fumar, y adivinar el deseo de los ojos de enfrente a la vez que, en el mismo paquete, se adquiría ese aroma inconfundible que acompaña para siempre a las chacinas curadas al humo. El humo aclara el panorama. Da igual el de leña de roble que del pitillo del Marlboro y otras sustancias que subían del moro por la ruta de la plata, en una reivindicación sublime del enclave logístico de León, que ahora, entre la parsimonia del boletín oficial y del diario de contratos públicos del ministerio de Transportes, parece que es materia del antiguo testamento. El humo deja ver nítido al otro lado de la cortina. Humo, para inhalar, sin riesgo a intoxicarse, cuando los bozales se han convertido en tendencia en el tendal de complementos de la moda de verano que se camufla entre los anuncios de rebajas de un invierno que quedó sin exprimir. El humo es un elemento extraordinario en las relaciones, que facilitó la socialización, desinhibió, empujó a los tímidos al extrarradio de su coto particular, estimuló el arrojo de los cobardes, polinizó la fe de los recelosos; rompió la barrera del recato. Qué sería de lo que queríamos saber sin esa pose que dejaron las escenas del humo en la pantalla, la calada antes del beso, la emoción anterior al desengaño. Aprendimos del humo; del de la pipa de la paz, y el de las columnas remotas que acompaña el tam tam de las declaraciones de guerra y de amor. El humo es veneno que cicatriza los alveolos y cubre de hollín los cráteres que ejercen de alerta para avisar de lo que viene por delante. El humo que nos echan tiene esa función elemental que le otorga la acepción de distraer; porque se creen que con el estallido de un placebo van a desviar la atención de la gente de lo que realmente importa; la subsistencia del político está en hacer que los ojos miren al humo y se distancien de la llama que lo causa, ahí donde se queman los últimos recursos; la historia formal abrasó la memoria; la geografía formal achicharró el espacio; el autonomismo oficial nos devora la riqueza. De humo van a hablarnos, si encendíamos un cigarro con otro.

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