Diario de León

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Los suevos son mejores muradores que los godos; de lejos. Dónde va a parar, con esa postura techada por los arbustos, mientras la presa bebe agua y al depredador le pingan los colmillos; los suevos, y suevas, con sus cabezas de oro, y sus ojos redondos de luna llena, iris azul, sus mofletes sonrosados, el gen de las valkirias, el pensamiento socrático, los principios luteranos, la valentía de Juan, sin suerte; los puños, de Sansón y cabellos al aire, siempre símbolo del albedrío de los hombres que luego se apropiaron los liberales, no éstos del sucedáneo de Alzaga, no, los liberales libres y sin ataduras en el Ibex. En esas estaban los suevos, con una raya imaginaria por el Órbigo medio y el Órbigo bajo, cuando aún no había nacido leonés con talento para llegar a la presidencia de la CHD, como muro y frontera ficticia para separar su futuro de los godos, más confiados, por la perspectiva que da la llanura sin niebla, el horizonte nítido hasta la puesta del sol, el ver venir, con los que compartían la ambición de la otra orilla, el margen de la ribera, y algunas sesiones programadas de mamporrazos junto a Soto de la Vega. Vamos a creer, que ya no tiene ninguna importancia en este tiempo en el que un candidato rebozado por la doctrina socialista puede presentarse a encabezar una lista conservadora, ahora que no hace falta que te sujeten el cubata para hacer pasar por leonesistas a los sobrinos nietos del Conde Ansúrez, ahora que el chiringuito es del Barça y el Papa, peronista, creyente, igual, habría que ver si católico, que en ese capítulo se fraguó el primer paso prohibido del puente Paulón, que tantos desatinos ha originado luego, a base de cruzar a uno y otro lado, sin más motivación que la que dictó el instinto en cada momento. Los suevos están de vuelta, con ese corpiño de piel de garduña sobre las vestiduras de la levita precursora de las ropas de abrigo que hicieron populares a los generales Custer y Rommel, aunque por distinto motivo. La mitad de lo que es hoy León sólo se entiende por el legado de los suevos, que hacían fuego contra el viento, para que los godos no vieran llegar el humo, ni la hostia que acostumbra a preceder. Los suevos no se anuncian. Pasan el puente Paulón y se sientan a la mesa, en Nochebuena.

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