Diario de León

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La España que dejó Zapatero es a la política lo más parecido al surco que el Holoceno abrió en canal por la paleobiología; el nuevo mundo que salió a flote con el deshielo, terminó en una eclosión apocalíptica de la que, parece, aún no ha podido desprenderse el planeta; con achaques repentinos y recaídas estacionales. Se consumieron los casquetes polares y los chupiteles, que eran colmillos de mamut como los que hasta hace nada colgaban de los aleros del enero leonés; aniquiló de una tacada a los propios mamuts, los rinocerontes lanudos, los megaloceros (del mismo tipo que los afamados venados de la berrea, pero multiplicados por tres y con una cornamenta en forma de pala abierta de molinos de viento de Vestas), los leones y osos cavernarios, las hienas de las cavernas, los bisontes de la estepa; todo esto en la Europa que no sabía aún de enchufes gratuitos para los coches eléctricos que al final siempre paga alguien. En norteamérica se extinguió el perezoso gigante, del que al menos sobrevivió su espíritu. Sin el calor del Holoceno, que sucedió a la época de los glaciares, la biodiversidad poliédrica y dispar que nos endosa tanta incertidumbre no habría sido posible; tampoco el brexit, porque el arreón holocénico fue la causa última que forzó la separación de las islas británicas del continente. Todo este relato, que comenzó hace casi 12.000 años, sobrevino sin ministros del cambio climático en los gabinetes gubernamentales, gente atribulada por el peso de la responsabilidad sobre sus hombros con ese encargo ambicioso de buscar una temperatura adecuada para que no varíe el ecosistema; y que satisfaga a todos. El fin último de la política, el de disgustar lo menos posible a los administrados. Igual que decidir el tipo impositivo del IVA, la cuantía del presupuesto que se debe dedicar a cobertura del desempleo o a reindustrializar León, no deja de ser una carga calibrar el termostato todas las mañanas; o todas las medias noches, para que el día sea placentero desde el amanecer. Decidir a cuántos grados se debe climatizar el verano para que agosto no llegue al agobio de la ola de calor; a cuántos, la salida del invierno, para que las heladas dejen de contribuir a moldear el carácter receloso de los cazurros igual que rumiantes los pastos alpinos del norte.

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