Diario de León

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Villamorisca no deja mucho margen para discrepar sobre la inspiración del topónimo, debatir el propósito del primer asentamiento o discutir la capacidad de elección de los primeros pobladores, por elegir un segmento envidiable del Cea, con vista a esa cordillera inmediata que convierte a la Guzpeña en un Himalaya de cercanías, donde Peñacorada se hace Everest. El Cea tiene un fondo de pantalla con asiento en primera fila en la convención de escenarios de relato de la épica mundial; hubo un tránsito al oeste, que se encargaron de glosar en la academias cinematográficas según el evangelio de John Ford, como hubo una conquista del este, del este de León, que escribe con letra de médico e inspiración estoicista ese río indomable que tiene la cuna en Prioro, la niñez en Morgovejo y la madurez en medio de una vega que en verano pinta entre el rubio de la espiga y el leonado de la paja. El Cea lo lleva todo por delante, desde los chorros del oro que caen en plan catarata en las Conjas, los sobrantes del Tuéjar que se arrastran de la Red a las sirenas del Hambre, los golpes torrenciales que suceden a las nieves; los regatos que afilan la base de los hayedos centenarios, los manantiales entre el manto de robles que le hacen la ola en sus casi 150 kilómetros de lecho por León, y hasta la leche de las tormentas que ordeña de la teta del estiaje. Excepcional bagaje para un río que se expresa con la modestia que asume en el ejemplo de las venas de Mental, antes del traje a medida que le presta Puente Almuhey para su presentación en sociedad. El Cea se arrulla en una secuencia de León que certifica la grandeza de sus nombres; las Calaveras miden sus cuitas de vecindad en un terreno que cría a los mejores rebaños de churra del norte del país, en vez de llegar a competiciones ridículas sobre el jabón y la vajilla reluciente; Mondreganes lo disfruta sereno y Almanza aprovecha las curvas más productivas, con peralte y todo, antes de que el cauce estruendoso de febrero se disponga a afrontar el trecho de salida sobre las tierras en las que bautiza a la comarca en donde asume el segundo rol: encauzar la sangre de la montaña en la honrosa labor de patrullar la frontera leonesa, entre toda la presión de la meseta que le echa el aliento en el cogote.

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