Diario de León

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Al invento de la rueda lo mejoran dos, que pueden ser hasta una docena, si se suman al mazo de los piñones y los platos de la catalina, con una secuencia exponencial para afrontar retos. Gran epílogo para este verano que languidece con el final de agosto, siempre tan triste como las tristes tardes del domingo, y que permite ponernos a rueda del Tour. El único espectáculo mundial capaz de quitar la atención del Netflix a este exigente episodio que vive la sociedad del entretenimiento tiene un hueco en el primer canal del Eurosport, y permite transitar por el paseo de los Ingleses de Niza al mismo ritmo acelerado de la taquicardia que aborda al descender el alto del 18, y otras cumbres míticas de este León de globeros, jornaleros de la gloria, intrépidos del pedal y el resto de tribus ciclistas que viven el reto de la superación. Hizo falta una pandemia para demostrar que el Tour va sin fecha de caducidad; que comparte y se compone del mismo material incombustible mientras las crestas pirenaicas derriten los neveros a su paso en mitad de los sestiles de julio que en este septiembre del ocaso de los tiempos. También hay ciclistas de sofá y pantalla de plasma, que suelen ser los mejores, como los socialistas sin carné, para los que resulta un acontecimiento irrenunciable reencontrarse con la voz de Ares mientras siguen las novedades de la Grand Bloucle en otra conquista de la France, grande, libre, fraternal, creadora de tendencias. Siempre creí que Ares vino al mundo con un ecualizador de serie, para administrar en el relato de las cosas un equilibrio perfecto, igual que los equipos de alta fidelidad que permitieron al tecno ser pasto de melómanos; equilibrio entre los agudos que emplea para describir la emoción del esprint y los graves, del monólogo dedicado a los pormenores del ataque, de la fuga, de biografías de espartanos que se derrumban entre las lágrimas que acarrea el triunfo después de la meta. Siempre quedará el tour como analogía de la vida, con sus etapas y sus montoneras, sur escaladas y sus pájaras insalvables. Este Tour de septiembre llega con la moraleja de subsistir al virus chino. Con ese nuevo escenario que permite la luz crepuscular del Midì y los Alpes Marítimos, empuja al pelotón apegado a su sombra, proyectada en el arcén; así avanza, con la cadencia majestuosa del TGV, que aquí tendremos que conformarnos con ver en foto.

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