Diario de León

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La humanidad degenera; se sabe bien porque cada vez nos engañan personas que van más justas de talento. Hace casi mil ochocientos años que un matrimonio sin descendientes, de los patricios, que solían distinguirse por tener la cartilla acolchada con una buena ristra de ceros, invocó la ayuda de la Virgen María, para que los aconsejara con el testamento, que su caudal de bienes tuviera destino bondadoso. El resultado de la súplica sostiene una de las advocaciones marianas que mayor fervor inspira a la cristiandad latina. A su señal, la de la Virgen, se construiría un templo. La señal fue una nevada en el monte Esquilino, una de las siete colinas de Roma, que no tendría nada de particular si no fuera porque un amanecer del 5 de agosto no parece lo más apropiado para que la cota de nieve se coloque a tiro de piedra del Lazio. Desde entonces, se levanta la basílica de Santa María Mayor, y las Nieves sazona verbenas en miles de pueblos, y concluye que, llegada la octava hoja del calendario, caduca el verano; este también, con agosto robado, a cuenta de otra plaga de dimensión bíblica que apenas ha enseñado la patita por debajo de la puerta. Un milagro lleva a otro; sin áquel, de designio celestial del papado de Liberio, no tendríamos consciencia de que el jolgorio se viste con forro polar en el alto Porma, por mucho que el sol de la siesta haga creer que hay aún años luz para la cuenta atrás de los Santos. De los santos inocentes, a este paso, de sucesión cíclica de la misma respuesta para preguntas tan dispares que traen los fenómenos climatológicos. Frío al rostro. Esa bufina que pica de arriba, y que ayer despejó las terrazas que abrevan la sed, de café y de relación social, recuerda que siempre quedará el alivio del hilo divino. En estas estaba Abel, el alcalde lucero, con la jaculatoria, a la espera de la señal para decidir cómo testamentar los ahorros de la caja de los ayuntamientos, de las diputaciones, de los remanentes locales de la otra vez que Europa evitó la suspensión de pagos. Y en pleno agosto, amaneció nevado el monte de la federación de municipios y provincias. He ahí el prodigio. No hay en el orbe alcaldes para saciar la voracidad del Gobierno. Le llegará la hora a los vecinos; que le recen todo lo que sepan a la virgen de la Nieves.

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