Diario de León

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Benditas sean las cigüeñas, que van a París a recoger retoños, pero a los suyos se encargan de criarlos entre el algodón de la Candamia. Las cigüeñas ya iban y venían antes de que el articulado de las subvenciones y paguitas que soporta la Unión Europea intercediera por todos los que sufrimos el pecado original. Incluso, en aquella época de la transición que coincidió entre el final de Franco y la primera revolución del felipismo, cuando parecía que volvían racionadas, una por campanario y pueblo. La cigüeña es medio calendario. Las cigüeñas no se quejan. Son los autónomos de la enciclopedia de las aves. Poco aconsejable para elevar la doctrina de holgazanes que se hilvana con la maquinaria legislativa a pleno rendimiento. Tres cosas sobre las cigüeñas: son fieles; se adaptan mejor a los cambios que los líderes centristas; y con ellas, los prejuicios ni fu ni fa. Si las golondrinas fueron capaces de llegar hasta la misma frontera de este tiempo del Metaverso con el sambenito de la caridad, por haber arrancado las espinas de la corona de Cristo, imaginemos la capacidad de aguante de la levita de pluma blanca y negra, que igual vale para oficiar una ceremonia de boda que para servir más tarde el cóctel en el banquete. Pues una pareja de la especie, de las que aterrizaron entre aquellas heladas que zurcía el agua nieve de la última semana de diciembre, y se secaron las plumas en las farolas de la mediana de la Ronda Este, está a punto de completar uno de los fenómenos más chulísimos a los que puede aspirar el ojo humano, siempre necesitado de emociones y empatía, con derecho innato a la observación: el proceso de cuidados que implica traer al mundo a tres polluelos está en fase final. A vista de todos. El crotoreo empalagoso de febrero, la paciencia de empollar, ahí, quietas, sobre el runrún de treinta mil coches, cada cual a ver si llega al semáforo en verde, el día que el primogénito rompió la cáscara, la primera papilla deglutida con tropezones de grillo, los nervios del pelujo, que camufla el vilano de los chopos. Los primeros cañones. El pico rojo, listo para castañear topillos como las tenazas deshacen rescoldos en la horneja. Esa chopa hendida por el rayo es una atalaya. Una columna jónica de la vida. En nada, echan a volar sobre la LE-20. Emanciparse es emigrar.

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