Diario de León

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El fuego es tornadizo, por eso fascina la mente de los maníacos que lo alimentan, enajenados mientras las llamas engullen lo que les sale al paso. El fuego pierde la condición purificadora que se ganó por Pentecostés y el recurso estacional de acabar con las malas hierbas con la carga ideológica que le endosa la Moncloa, que ve en el paisaje la ocasión para extender la palabra de Soros, id y multiplicaos, y someter las almas de pecadores que reniegan de la doctrina de la multinacional del cambio climático. La estrategia de comunicación se ve a leguas. Viene la cosa pública a tapar la desgracia con chapitas del rosco de colores, pines de la ruleta de la suerte en la solapa del mono forestal, estampitas de nuestra señora de la agenda 2030 para invocar e implorar con la plegaria del oh, ceodós, ruega por nosotros. La tele italiana que vadea de la prensa rosa a la prensa roja deja claro, clarito, rumiado antes de dar paso a la sección sucesos, que la plaga estival viene de la lluvia de fuego que escupe el Sol, el solete de la emergencia climática, como las bengalas de los helicópteros soviéticos prenden sobre los cultivos del pan de Ucrania que, al final, es el pan de nuestros hijos. Ni palabra de la detención del ejército de delincuentes que tiran de mechero, y ponen en marcha el ciclo criminal que asola la hemeroteca veraniega desde el fin del caudillo. Angustia vital tiene que ver con una noche en vela en Puente de Domingo Flórez, con la lumbre a las puertas de Quereño. El humo que no deja ver la llamarada forma parte del relato apocalíptico que enfatizan, mientras posan ante paisajes de ceniza, con el tono ventajista que aplica el poder para arrimar el ascua a la poltrona. Ya os habíamos avisado, que el cambio climático y tal ... Tanto dejar de quemar carbón para terminar por hacer cisco el monte. Este fallo en Matrix revela que nos toman por gilipollas, si permite la cita el sindicalista leonés, a cuento de aquel otro fuego, que abrasa y no deja el humo que anega León, mientras esta columna llega al recodo de sus últimos caracteres, inundada con la emoción en memoria de un pastor de Zamora que dio la vida por salvar a su rebaño del infierno. Los abuelos de Dios eran pastores.

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