Diario de León

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Yo no tenía ninguna duda, pero por si acaso los señores de Harvard nos han venido a confirmar la evidencia. La calidad de aire está directamente relacionada con las muertes provocadas por el coronavirus, o lo que es lo mismo, a mayor contaminación hay más posibilidades de venir a engrosar las ya dramáticas cifras de fallecidos por Covid-19.

La calidad del aire es un asunto que en los últimos años ha pasado de ser un daño colateral de esto que llamamos progreso a ser el enemigo a batir en las principales agendas políticas del mundo para luchar contra el cambio climático. La contaminación está detrás de la muerte directa de cerca de diez mil españoles al año, por afectar a su sistema respiratorio, provocar hipertensión, diabetes y enfermedades cardiovasculares. ¿Les suena?. Pues sí, son las patologías de los pacientes con los que más se ceba el virus, y a las que desde un primer momento se consideró como de alto riesgo. De hecho, el estudio insiste en que existe una relación entre la exposición a largo plazo al aire contaminado, con la probabilidad de experimentar casos más severos de Covid-19.

El hecho de que en ciudades como Madrid, Barcelona o Nueva York, o las del nortes de Italia, con índices disparados de contaminación, se registre el mayor número de bajas por habitante tampoco puede ser una casualidad. Como tampoco lo es el hecho de que el descenso de casi un 70% de elementos contaminantes en estas grandes urbes, como consecuencia de la hibernación de la economía y el frenazo del tráfico provocado por el confinamiento, coincida con el aplanamiento de la curva de fallecidos en los últimos días, sin querer con esta afirmación desmerecer el mérito de nuestros sanitarios. Blanco y en botella. Sólo espero que esta trágica pandemia nos sirva, ya no solo como un aviso a navegantes, si no como un ultimátum para que nos replanteemos nuestra forma de vida, nuestras costumbres, nuestra manera de movernos, y lo más importante de pensar, y no me refiero a la política. Mejor no me meto en ese jardín, hoy no. Me refiero a pensar en los demás, en los más vulnerables al cambio climático, y en esta ocasión no me refiero al urogallo o al alimoche, me refiero a nosotros mismos, a nuestra propia especie.

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