Diario de León

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Parece que poco a poco nos estamos dando cuenta de que es más que necesario tomar medidas reales y efectivas para frenar la inminente desaparición del urogallo cantábrico. Esta misma semana, la Junta de Castilla y León decidió regular el acceso a determinados montes de utilidad pública del Alto Sil y de Laciana, donde se conservan prácticamente los últimos ejemplares de toda la Cordillera Cantábrica.

El objetivo es blindar los cantaderos que quedan en esta zona en la época de celo que presumiblemente se prolonga hasta junio. Durante este tiempo no se podrá acceder a estos lugares de 23.00 a 9.00 horas para no interferir en la posible y deseada actividad reproductora de la especie, que al parecer, tiene un horario determinado.

Aunque un poco tímido es una avance para conseguir el gran objetivo que apuntan los conservacionistas como clave para revertir las amenazadas poblaciones del urogallo, hacer de los lugares donde todavía sobreviven santuarios inexpugnables, donde haya un férreo control tanto de las distintas actividades humanas, senderismo, carreras de montaña, turismo general, como de otras especies predadoras, que como ya se hace en algunas zonas, son deslocalizadas de estas áreas.

Pero hay que seguir trabajando en esta línea y limpiar los bosques de toda esa basura forestal que hace imposible que el urogallo se mueva con normalidad, así como de los vallados ganaderos que suponen auténticas trampas mortales para estas torpes aves.

Nada de lo que se haga en los centros de cría, como el que ha echado a andar en Valsemana, va a servir para nada si no se actúa en el medio donde después se van a liberar los ejemplares. Son demasiadas horas de trabajo en los laboratorios y demasiado dinero invertido como para que luego todo se pierda de un zarpazo.

De todos modos, el esfuerzo se está haciendo, se toman medidas en el medio natural, que deberían ampliarse no se solo a la época de celo unas horas al día. Hacen falta actuaciones más contundentes, durante un plazo más extenso, que eviten cualquier intromisión humana allí donde quede un urogallo para afianzar una población estable una vez que se empiecen a liberar ejemplares del centro de cría. La semilla está sembrada.

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