Diario de León

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El centro de cría en cautividad del urogallo de Valsemana acaba de comenzar a trabajar. Su misión es luchar contra lo que muchos ya dan como una batalla perdida, evitar la completa extinción del urogallo cantábrico.

Hace varias semanas me desplacé hasta la impresionante finca que la Junta de Castilla y León tiende desde hace décadas en Valsemana, en el municipio de La Ercina, donde se ha ubicado este centro de cría. Allí trabajan desde hace meses con ejemplares de urogallos centroeuropeos para llevar a cabo las mejores técnicas tanto de reproducción asistida, como natural, así como de alimentación y protocolos sanitarios para luego poner en práctica con la frágil población cantábrica, de la que a penas quedan 198 ejemplares en toda la cordillera. Da bastante vértigo pensar que con la rapidez con la que esta especie se nos escapa de las manos no seamos capaces de llegar a tiempo para preservar su existencia en ese medio natural que se ha convertido en su principal amenaza. Pero viéndoles trabajar empiezo a pensar, por primera vez, que es posible.

Son muchas las voces, sobre todo desde las redes sociales, que ponen en duda el trabajo realizado desde los centros de cría en cautividad y que piden que se trabaje más en el terreno para preservar esta delicada especie. No puedo estar más de acuerdo, pero no solo yo, también los profesionales de la Fundación Patrimonio Natural que trabajan en el centro y que además cuentan desde ya con el apoyo de dos investigadores del instituto Inia del CSIC deaplazados a Valsemana. Si no se sigue trabajando para recuperar el hábitat para el urogallo todo el trabajo que se está realizando desde este centro no servirá para nada, ya que ahora mismo el medio natural al que se enfrenta esta especie es totalmente hostil para ella, ya que no hay que olvidar que es una especie presa, es una gallina que se va a soltar en un monte lleno de predadores y con masas forestales demasiados densas y tupidas. Por eso se va a seguir trabajando en recuperar este hábitat, en hacer lugares donde todo ese trabajo que hay detrás de este centro de cría no sea devorado por un hábitat hostil, y que la especie se haga fuerte, mientras nos garantizamos su preservación. Ambas líneas, la del laboratorio y la de campo, son irrenunciables, y por fin nos damos cuenta. No todo está perdido. Dejémosles trabajar.

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