Diario de León

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Escribo esta columna sentada en una butaca de la 135. Soy la nieta de Josefa y no estoy aquí para tocarle los cataplines a nadie. Estoy aquí para cuidar de mi abuela, que tiene 96 años y ya tendría que estar muerta. No es que lo diga yo, que si de mi dependiera sería inmortal. Es el resumen que hago de los argumentos médicos que vengo escuchando desde hace un par de años. Sí, es muy mayor. Y no, no es inmortal. Pero si no se murió hace dos años ni en ninguno de los ingresos posteriores es porque no era su momento y también por mi terquedad, por negarme a aceptar el plan A que me ofrecieron. Ese del que se habla poco.

Seré terca, pero no tonta; aunque a veces me lo haga. Como ayer, cuando en un momento de chismorreo, la enfermera informó a la médica del estado de mi abuela en el pasillo sin saber que yo estaba en la habitación. No es mi intención reproducir aquel discurso irónico, pero sí el final: «Estuvo un acompañante media hora y se fue. Ya sabes como va esto (risas)», dijo. Y la internista respondió: «Mejor, así no me tocan los cataplines ».

Supongo que al entrar y verme en la habitación se le caería la cara de vergüenza. Si así fue no se notó. Seguramente, pensó que no las había escuchado, pero llevaba allí casi toda la mañana y si la enfermera no me vio es porque solo entró una vez en ese tiempo y fue para recordarme que no tenía pase de acompañamiento. ¿Contradictorio no? Me mordí la lengua hasta hoy y en el tono más educado que encontré dentro de mí le dije lo que pensaba y, sobre todo, que mi intención no es tocarle nada a nadie, sino pelear por que mi abuela reciba la mejor atención posible. Sí, porque a partir de una edad, la hospitalización se convierte en una pelea por evitar que la balanza se incline hacia el lado oscuro de la calidad asistencial. Afortunadamente, ese desahogo nos sirvió para acercar posturas y deshacer el traje.

A partir de ahí el trato ha sido impoluto, pero no siempre ha sido así y esta nueva experiencia me ha llevado hasta aquí para hablar del lado oscuro. No lo digo yo, lo dice el Defensor del Paciente y lo dice también el presidente de la Sociedad de Geriatría y Gerontología de Castilla y León, que ha llegado a exponer en las Cortes autonómicas su preocupación por la falta de recursos asistenciales que la administración pone a disposición de los ancianos. A veces es falta de recursos y otras de voluntad, porque el trato al paciente no depende del número de gasas, sino de la calidad humana de quien debe cuidar de él, sobre todo si es mayor. Soy la nieta de Josefa, pero podría ser cualquier otra.

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