Diario de León

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Ucrania es lo que toca. Un despropósito más en la historia de lecciones que no quieren aprenderse, porque hay réditos mucho más sabrosos de devorar que las vidas anónimas, las que se cercenen y las que se arruinen definitivamente. La carroña es, ha sido y será el argumento del teatrillo en el que siempre seremos marionetas. Pero seguimos buscando razones. O más bien, conscientes de nuestra ignorancia tanto como de nuestra indiferencia (esta, como tantas guerras, comenzó hace mucho tiempo), escudriñamos entre el tsunami de informaciones para entender de qué va esta opereta que amenaza a nuestra economía doméstica, previsiones,... (¿no va de eso, al fin, todo este injustificable infierno?).

Y en esa búsqueda se intuye la locura del bucle absurdo en el que boqueamos. Tecleas ‘razones para una guerra’ y brotan análisis mil. Y entre ellos, al tercer intento, te asalta el hecho fundamental de que Tamara Falcó ha aparecido con un pantalón que se ha agotado. Es la era digital. Estamos, realmente, perdidos para la causa. Mientras buscas los nuevos tipos de armamento con los que nos acongojonan en este conflicto, te encuentras con cómo venden en Wallapop unas puertas de Gaudí, «rescatadas» de un derribo.

La brújula de lo que debe interesarte se pone loca del todo. Llega Nadal a imponer sentido común. Pone coto a la tontuna de Zverev y sus pataletas a los árbitros y recuerda que millones de niños se miran en el espejo de los tenistas. Presuntamente, el deporte más educado del mundo. Debe de ser verdad, una vez le preguntaron a Curro Romero si prefería al público erudito y chillón de Madrid o a los silencios solemnes de La Maestranza, y contestó sin dudar: «El del tenis. El público que más me gusta es el del tenis».

La guerra no admite ironías. Ni indiferencia. ¡Hay tantas víctimas! Tengo reciente el estremecimiento de Últimos días en Berlín, de Paloma Sánchez Garnica. La sinrazón, el abandono, el olvido de quienes nunca serán héroes ni heroínas, por más que sufran el horror de la barbarie. Los niños marcados para siempre por el miedo, los ancianos despojados de todo lo que han acunado. Las mujeres, arrojadas siempre como botín de guerra, silenciadas las tropelías en el argumento del salir adelante y armar de nuevo las familias si se logra sobrevivir al salvajismo.

Hoy ansiamos soluciones de los estadistas. ¿Cómo responder? No es fácil. Parece que, sobre todo, se aplica el «es urgente esperar», que decía aquel diplomático.

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