Diario de León

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Anda suelto un virus malicioso. El del miedo irracional alimentado por los tendenciosos y cazafortunas, siempre al loro de la imbecilidad que adorna a los colectivos aborregados de dócil trote cochinero.

Anda soltándose otro virus que trae aire fresco. El de la esperanza. Menos contagioso y con más antídotos lanzados al ambiente. Se abre paso en este León tan orgulloso como perezoso, que defiende con vehemencia su herencia en las barras de bar, pero se lo piensa al arrimar el hombro. Ese gen turrión y morugo del desconfiado que se agazapa detrás de la mata antes que ayudar a portar la cruz a otro. Vaya usted a saber qué ganará, no sea que no lo reparta.

Ayer los tractores que mueven tierras araron conciencias. Ojalá. El futuro del campo leonés, y con él el de la provincia toda, la vida de sus pueblos y la puesta en valor de sus raíces y su riqueza, no está sólo en manos de las administraciones y la PAC. Está en buena medida en el bolsillo de los leoneses. El poder sobre el futuro del campo está en manos del consumidor. Y en León tenemos aún la fortuna de poder ejercerlo, al menos en parte.

Ahí están nuestros mercados de calle, nuestras tiendas de barrio, nuestros distribuidores de pueblo en pueblo, nuestros carniceros, fruteros, panaderos y demás. Comprar a quien va de la tierra o la cuadra a la mesa es un ejercicio de salud física y económica, de compromiso con la tierra y su progreso, de pulso básico, pero pulso al fin, ante el abuso.

El rodillo comercial aprieta sin piedad. Pero la conciencia sobre lo consumido, su origen y condiciones, es un primer paso para impulsar el cambio hacia el mundo que queremos. Un euro no hace nada. Muchos ya es otra cosa.

Y no es sólo cuestión de dinero. El campo es un gran desconocido para la mayoría. Muchas empresas tecnológicas saben que el avance que está viviendo este sector es puntero e imparable. Y no sólo en las nuevas generaciones. La agricultura, la ganadería y sus industrias avanzan, si los demás no lo hacemos también la legión de ‘paletos’ seguirá creciendo al otro lado del mercado, para desgracia de los productores. Y, con la suya, la de todos nosotros.

Que el campo no esté solo no depende únicamente de grandes negociaciones, también de nuestros pequeños gestos diarios. Contagiémonos sin miedo de la defensa de lo nuestro. ¿Hace?

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