Diario de León

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Asesinado por la indiferencia. Así ha definido, con gran acierto, un amigo del fotógrafo René Robert su muerte esta semana en París. El caso ha salido a la luz por la popularidad de la víctima, si no hubiera sido un caso más de, precisamente, indiferencia y por tanto silencio e ignorancia de hasta dónde estamos podridos como sociedad.

El anciano fotógrafo salió a pasear y cayó en la calle. No pudo levantarse, y nadie se acercó a ayudarle. Murió de frío. Ante la indolencia de quienes vieron otra persona más tirada en el suelo, y no fueron capaces no ya de acercarse, que el miedo es libre, sino de hacer una llamada con el teléfono que seguramente todos ellos llevaban en la mano para que un servicio de emergencias le atendiera.

Es terrible. La soledad extrema de cada vez más personas ante una insensibilidad que extiende sus tentáculos imparable. Crecen y nos estremecen los casos de hombres y mujeres, sobre todo ancianos, que mueren en la soledad de sus hogares vacíos y nadie se da cuenta hasta meses después. No hay quien les eche de menos, ni siquiera quien tenga una mínima relación con ellos para detectar que ya no están.

Los casos imposibles de erradicar de malos tratos, a mujeres, a niños, a mayores, que son conocidos o al menos sospechados, y sobre todo silenciados. Ignorados. La necesidad de familias, ancianos y menores a los que las economías de la abundancia y los caprichos condenan a sonrojar su dignidad acudiendo a las colas del hambre.

Es la misma sociedad que consiente todo esto la que legisla (con buen criterio) que las mascotas son seres sintientes, y afina la protección que merecen como miembros de la familia.

¿De verdad todo nos da tan igual? Es difícil creer que estemos, en realidad, tan solos. Decía Octavio Paz que la indiferencia del mexicano ante la muerte se nutre de su indiferencia ante la vida. Que la vida de los demás nos sea tan irrelevante como para permitir que un anciano agonice nueve horas tirado en una bulliciosa calle del París de noches heladas sin que nadie mueva un dedo es escalofriante. Fue precisamente un sin techo quien avisó a emergencias, pero era tarde para la víctima.

El ejercicio de conciencia es claro. ¿Qué habríamos hecho cada uno de nosotros si hubiéramos visto una persona tirada en el suelo? La escena no es tan extraña. La indiferencia ante el dolor ajeno sí.

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