Diario de León

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Cada histeria colectiva nos atropella acompañada de su más o menos extravagante moda asociada, que suele llegar como huracán y desaparecer como ladrón en la noche, dejando detrás su absurdo rastro y la duda sobre si como colectivo estamos bien de la cabeza. Nunca ha habido respuesta por dos motivos: el diagnóstico es claro, y se confirma porque antes de pestañear nos aturulla una nueva moda asociada a la histeria de turno. Y así sucesivamente.

En el caso de la pandemia y su prematuro y descontrolado rebrote las histerias se cuentan por miles, y la moda asociada se impone en forma de mascarilla. Primero nos dimos de tortas en la farmacia y el supermercado por un tapabocas de cuyo nivel de protección aprendimos códigos y discutimos bondades sin entender ni torta.

Eso a nivel doméstico, porque las administraciones dejaron millones y millones del erario público en el mercadillo internacional del suministro sanitario. Vino más tarde el debate de mascarilla no, mascarilla sí; mientras la ciudadanía se dividía entre quienes sentían vergüenza de llevarla y los que presumían de prudencia poniendo antifaz en boca. Mas entonces se dio cuenta el colectivo ‘do it yourself’ de que había aquí filón, y la mascarilla doméstica se convirtió en el pasatiempo del momento. Todo un hit. De ahí a la locura, un paso.

Ayer me pasé, aficionada que soy a la costura (incluso de cuello para abajo), por mi tienda de telas. De las contadísimas que quedan, ¡ay, mi querido y añorado Sinde! Hice mi preceptiva cola para fisgar los tejidos de otoño-invierno que por estas fechas adornaban ya otros años las estanterías. Tras desinfectarme convenientemente encontré una avalancha de rollos de telas de algodón con todo tipo de dibujitos. Cientos.

Decenas de personas compraban metros y metros de telas y filtros para confeccionar... ¿millones de mascarillas? ¿Así todos los días? Me lo confirmaron mis agentes secretos en el negocio: desde junio sólo ellos han vendido materia prima como para que cada español disponga de cinco mascarillas caseras. Y así sigue la cosa. Inconcebible. Hasta los proveedores han aparcado la tela de vestimenta para volcarse en el algodón decorado con bichitos. Desde la perplejidad me dio por pensar en el día en que vivamos al fin sin tapabocas, Dios quiera que pronto. ¿Se reconducirá con criterio toda esta industria textil volcada en la locura? O tendremos que vestir calaveras de colores hasta la eternidad para agotar las existencias. Pufff.

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