Diario de León

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No todo vale, ni siquiera en tiempos de apretón político. A la vista está, y apenas asoma la punta de un iceberg que se adivina espeluznante, que el campeonato de lideresas y lideresos para ver quién vendía (publicitariamente) con más premura la equipación sanitaria que nos dejó en cueros al inicio de la pandemia nos ha salido mucho más caro que las cifras mareantes que ya presuponíamos. Y eso no es lo peor. Lo preocupante es que todos los mecanismos de control e intervención de las administraciones públicas se vieron entonces, cuando vivían volcados en el covid, chuleados sin contemplaciones por todo tipo de salteadores de caminos sin escrúpulos. Los rateros tendrán que responder de sus juegos contables, las administraciones y sus responsables no pueden eludir su responsabilidad. Los que se dejaron engañar deben hacer paseíllo público del escarnio. Por tontos o por inútiles, que quién sabe qué es peor. Una vergüenza.

A la última aventura de las mascarillas no le falta nada para adornar el culebrón. Tiene listillos de medio pelo, bribones bien conocidos por sus fantasías animadas de negocios fracasados; y un nutrido pelotón de tontos a las tres cuya ineptitud e indolencia son inaceptables. El duque rosa y el ejecutivo jeta ofrecieron al Ayuntamiento de Madrid mascarillas por 12 millones, de las que se llevaron la mitad en comisiones por la gestión. Un millón el conde tonto y cuatro el tunante que le engañó diciendo que iban a pachas. Quien roba a un ladrón... Y así, sumando con los dedos, si de 12 quitas 6 en la primera mano de conseguidores, luego hay que pagar a los intermediarios y finalmente el producto (que para más inri resultó ser defectuoso), se deduce que las mascarillas costaron en realidad un real de vellón, y el lucro se quedó a manos llenas por el camino.

Dicen que es picaresca. Quiá. Que por motivos de urgencia no había ningún control sobre las adjudicaciones. ¿En qué fase de teletrabajo durmiente sesteaban quienes están obligados a velar por la cosa pública? Mirando para otro lado (siendo bienpensados, que tampoco hay por qué) mientras los lazarillos roñosos robaban los quesos a los ciegos que no quieren ver. O peor, que sólo fijan la vista en el cortoplacismo de sus elecciones y su ombligo de partido y olvidan la sagrada misión de velar por el bien común. Hay muchas lecciones que aprender de la pandemia. Nos ha salido muy cara. Sobre todo en credibilidad.

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