Diario de León

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No hay por dónde escapar. Sean cuales sean las medidas que se tomen, el torbellino de circunstancias que influyen en la economía acaba encontrando en el contribuyente el culo en el que impactan todos los puntapiés con los que unos atacan y otros se defienden. Estamos entrando (eso quiere decir que queda lo peor) en la tormenta perfecta de los desaguisados económicos, y el ciudadano concluye ya que cualquier cosa que pase sólo se lo pondrá un poco más de color de cojón de grillo. Aromatizado con impotencia. Manos arriba.

Lo de la inflación es de órdago, y aquí está el mercado inflando costes para hacer caja en el presuntamente despreocupado verano que precede a un otoño gris en lo económico y en lo climático (que teñirá de marengo el desembolso del día a día). Los efectos de segunda ronda ya están aquí, y hacen de la alimentación una de sus presas favoritas. Con León a la cabeza del encarecimiento nacional desde hace meses. Habrá que analizar por qué, y tomar decisiones en consecuencia.

Mientras se nos prepara para un invierno de restricciones, bancos y energéticas arman su batalla legal frente al impuestazo pero ya han hecho sus cuentas de cómo trasladar el coste a los consumidores. El Gobierno pone en marcha su arsenal de organismos y anuncia multas a los que engrasen sus beneficios pasando el pelotazo a quienes no tienen a quién estrujar, ni más alternativa que apoquinar apretando los dientes. Será difícil probar los euros que los grandes grupos arañen aquí y allá (algunos entre facturas cada vez más incomprensibles) para hacer montón del céntimo que distraen en cada concepto o comisión que sentencian.

Los hogares gastan cada vez más, concluyen los organismos de análisis. No hacen falta estadísticas, sólo constatar que lo mismo, o menos, cuesta mucho más. Y seguirá creciendo. No lo harán los salarios, ni los rendimientos de los ahorros de quienes siguen pudiendo rascar algo al toma y daca del mes. El pacto de rentas apechuga mientras otras prestaciones y rendimientos se expanden.

La próxima semana el Gobierno anuncia más medidas para contener una explosión que se expande como la suegra de Gila cuando se quitaba la faja, y nos espachurra a todos contra la pared. Dice el presidente que mejor ir sin corbata. Tiene razón. Tampoco es cuestión de ahorcarse.

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