Diario de León

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El drama es humano en dos vertientes, cada una con su dramatismo. La sanitaria, con sus dolores y sus miedos, su déficit de medios y su superávit de entrega. Su lucha entre la vida y la muerte. El dolor anónimo de los que se van como números, y dejan la herida rabiosa en quienes despiden a las personas y su recuerdo. El dolor.

Y la económica. Con sus sufrimientos y sus miedos, su deuda absurda y la incertidumbre toda sobre el futuro económico, profesional y familiar. Su impotencia callada porque estamos en tiempos de priorizar la pandemia. Con el recuerdo reciente de la recesión que no llegó a ser superada, y el temor (¿convencimiento?) de que este inesperado envite nos mande a todos al diablo de una patada. El miedo.

Vivimos una incertidumbre plagada de certezas. Dolor y miedo se instalan a sus anchas entre nosotros antes de haber espantado fantasmas de anteriores pesadillas. Las heridas del pasado reciente amenazan con no curarse nunca, han dejado una cicatriz que no se cierra de familias «vulnerables»: empobrecidas aún cuando trabajan, al vaivén de los envites económicos, indefensas. ¡Con niños que deben ser alimentados por los poderes públicos, o se nos había olvidado! Inasumible legado que es la vergüenza de todos.

Los ciudadanos se preparan para el porvenir según sus circunstancias. Desde la seguridad de un empleo amarrado al que lo peor que le puede pasar es que se rebaje su cuantía a quienes habían visto menguadas hasta el infinito sus expectativas, y ahora sorben el confinamiento sin entender qué y cuánto de lo que se vende desde los gobiernos varios les va a caer en suerte. Quizá sabiendo que seguirán hundidos. Desde el agotamiento de quienes han venido endeudándose hasta el cuello para seguir abriendo la trapa y antes de atisbar por dónde va esto saben que están ahogados. Desde la asfixia empresarial que se traduce en angustia laboral.

Mientras, flota en el ambiente la sopa de letras en la que se empeñan los analistas. ¿Resurgirá la economía en V, en L, en U, en la temida W? En medio, la vergonzosa avaricia de los parlamentarios, que salta a la palestra cuando toda la ciudadanía se preguntaba si iban a seguir cobrando el kilometraje que no hacen (ahora tampoco) mientras el resto se asfixia. Recuerda aquello de que el México llaman ‘político’ al aparato de aire acondicionado. Hace mucho ruido, pero no funciona muy bien. ¡Pues necesitamos aire!

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