Diario de León

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Cerramos una semana que debe ponernos a cavilar. No por lo de siempre, sino por lo que nunca querríamos que hubiera pasado, aunque tenía que ocurrir y, por otra parte, no sólo no borra sino que engrandece las historias que fueron y su trascendencia. Lo que nos queda. Lo que nada ni nadie puede arrebatarles ni arrebatarnos. Lo que de fuerza incombustible tienen las historias que nos contaron y que nunca dejaremos de disfrutar, pero también el ejemplo de su coraje. El compromiso de renunciar a las prebendas que hubieran podido ser de haberse subido al cómodo carro de los populares hollywoodienses; el riesgo de optar por el triple salto mortal con rizo y sin red del absurdo en su más desgarrada inocencia y desnudez.

Nos dejó primero José Luis Cuerda, pronto, pero cuando estaba asegurado el crecimiento infinito de sus personajes y una legión inmensa de fieles devotos a los que, vacunados contra la estupidez real, hay muy pocos procesos electorales, relaciones paterno filiales o cultivos exóticos que puedan pillar por sorpresa. Por citar solo a la secta de los amanecistas, aunque su legado da para mucho más.

Se fue después el Kirk que parecía eterno. El gancho del gran Hollywood engarzado en las miserias del gran Estados Unidos. El sueño americano y la pesadilla de la apisonadora doctrinaria del país enorme construido sobre las grandes esperanzas de millones de personas atrapadas en la enfermiza persecución política de quienes osaban otras formas de pensar. El hijo del trapero, el loco del pelo rojo, el irreductible esclavo altivo, el vikingo déspota, el soldado, el marino, el vaquero. El que triunfó por igual como héroe y como villano. El Douglas grande, que peleó contra las listas negras del macartismo. El canalla ante el que caer rendidos fuera cual fuera su envoltura.

Cuerda dejó una ristra de frases memorables en sus películas, mientras en lo personal unas veces se sentía tutti fruti y otras panceta. Kirk Douglas dejó dicho que el proceso de aprender continúa hasta el mismo día que te mueres, y algo sabrá él de este largo transitar. Uno que resumía como pocos su inmortal Espartaco: «¿Temes a la muerte?»

«No más que a la vida».

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