Diario de León

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Las rentas mínimas que permitan la supervivencia de los más vulnerables no son un invento nuevo ni el debate acaba de emerger al retortero del trompicón con el que el coronavirus ha infectado casi todas las casas, cierto que en millones de ellas con alarmante gravedad. Hace años que las autonomías pusieron en marcha mecanismos de flotador para los que se ahogan. Lo que ha dado lugar a un mapa de desigualdades: si eres pobre en una comunidad rica eres un pobre privilegiado. Si no, pobre de ti.

El ejemplo de otros países y el debate de establecer ingresos recurrentes en hogares con problemas se viene tratando hace años, con más fuerza desde que la malograda recuperación económica evidenció la persistencia de una bolsa ya estructural de empobrecidos, que atrapa a los que han sido tradicionalmente marginados, a quienes no podrán volver a trabajar porque el mercado laboral les escupe sistemáticamente y a la nueva clase de trabajadores precarizados hasta la pobreza, que ni consigue vivir de sus ingresos ni acogerse a las ayudas porque tienen ‘trabajo’.

Los estudios sobre el tema son tan numerosos como contradictorios. Muchos advierten de que una renta mínima, incluso vinculada a la inserción laboral (lo que defiende la mayoría, entre ellos la Junta de Castilla y León), es la única solución porque si no se desincentiva la búsqueda de empleo. Que se lo digan a los miles de autónomos que ganarían más con un subsidio que dejándose la piel y el patrimonio en un negocio fallido.

Otros sin embargo señalan que disponer de una renta que garantice una vida digna acaba con los muchísimos problemas de salud y mentales, también de autoestima, que conlleva el aislamiento laboral y de estrecheces. Y eso impulsa el retorno a la normalidad. Es la teoría del círculo vicioso contra la del círculo virtuoso.

Cuál tenga razón y cómo pueda sostener estas rentas un estado del bienestar atado de pies y manos es el debate real. Apuntarse el tanto de la limosna, apretar el acelerador para hacerse la foto sin pensar en las consecuencias que tendrá para la economía toda del país, atropellar un apaño que en breve demuestre fallos es inaceptable. Vivimos un estado de emergencia social, sí, pero es obligación de los gobiernos esquivar el populismo, huir del cortoplacismo y pensar en todo y en todos a medio plazo. Los profetas del estado dadivoso se confunden si piensan que tiran con pólvora ajena. Errores de cálculo nos hundirán a todos. Ojo.

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