Diario de León

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Desde el interior de un paso, la Semana Santa es un valle de lágrimas. Los ojales del capillo, esa prenda de tortura que ahora lleva el aditamento de la mascarilla como castigo añadido, abre un mundo de vivencias inéditas, que entran por la vista y salen por el corazón.

Está la viuda desconsolada que perdió a su marido este año y que al paso de la talla, rememora tantos y tantos momentos de recogida que la vida truncó de repente, una noche de infausto recuerdo. No faltan los hijos del padre célebre, que desapareció hace ya unos cuantos años pero sigue perenne en el recuerdo y humedecen sus ojos en la Cuesta de las Carbajalas. También se sabe del bracero emocionado, que rompe a llorar a los acordes de la marcha que le recuerda que la vida en sí es una agonía si no se entonan las estrofas de la esperanza en la partitura de los quehaceres diarios.

A veces el perdón también genera llanto. El de satisfacción de la cofradía que lleva por las vías de la penitencia un cargamento de compasión. Los ferroviarios de San Francisco de la Vega han hecho un guiño al presente para tomar del pasado los mejores elementos de futuro y volverán a indultar a un Barrabás moderno. Este no era salteador, se le cruzaron en el camino los demonios espirituosos y ha tenido que tomar de la vida el préstamo de una segunda oportunidad. Quienes lo conocen dicen que la aprovechará. Seguro. A veces el demonio se disfraza de alquimista.

Lágrimas. Las de las tres marías del corazón cosido con puñales que desde Santa Nonia procesionan a la gloria de Angustias si no se atraviesa un mal paraguas en su camino. Dice el sacrosanto vaticinio que hoy acaba la plaga de viento y nubes que ya empezó ayer y que lo que queda en el calendario es navegar con viento a favor.

En San Francisco el tiempo no cuenta. El del reloj está parado en modo Capuchino. El meteorológico es el cerdito que soplaba contra la casa de ladrillo. El Silencio canta bien alto y con acento leonés. Que se oiga. Hay un Viacrucis que se limita solo a oídos finos y a gustos con mucho tacto. Las catorce estaciones se recorren al estilo tradicional leonés. Está fuera del calendario de los actos preferidos por el popular. Está dentro de los eventos que se deben conocer al menos una vez en la vida para poder presumir de que se conocen sin segundas referencias La Pasión.

La Semana de diez días que tanto glosó Jorge Revenga cruza esta noche el ecuador. Fueron dos años esperando, tres sin celebraciones en la calle... y todo para que en un suspiro se halla acabado la mitad de la tarta. La reflexión inmediata es evidente: Semana Santa tiene que ser todo el año. Es la única forma de que «recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte contemplando cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte tan callando». Jorge Manrique no esculpía pasos, tallaba coplas

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