Diario de León

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Se había levantado el papón con nervios inusuales. No eran de procesión. Más bien las viejas mariposas en el estómago. Y eso que arrastraba cansancio. Mucho peregrinar de iglesia en iglesia sin nada que echarse al hombro. También eso agota. Más el alma que el cuerpo.

Camisa blanca. Gemelos. Corbata de luto. Uniforme de reglamento. Sólo la túnica se había quedado huérfana en casa. Otra vez. A la tercera la vencida. Como las negaciones de San Pedro antes de que cantara el gallo. «Ojalá», pensó.

Se habían hecho las seis y media de la mañana en un suspiro y la calle se había quedado desierta. Ni rastro de los  genarines.  Ni de los novios taciturnos que esa noche trocan los turnos. Camino de Santa Nonia. Todo se había vuelto silencio. Oscuridad solo rota por la luna de Nisán. Quietud.

En los alrededores de Santa Nonia ya se habían agolpado un centenar de personas. O dos. Hasta medio millar iban a llegar a congregarse. Inquietud. Sorpresa calculada. No había habido convocatoria para evitar el efecto llamada. Versión oficial. El boca a boca todo lo arregla para apurar los límites sin rebasarlos.

Santa Nonia había dormido poco también. Nervios entre el personal del emblema dorado al pecho. Alineadas las varas en formación a la retaguardia del Padre Nazareno, rey en el centro de la capilla, auxiliado en la carga de la cruz por el inefable Cirineo. Las otras doce estaciones que conforman el particular rosario que es la vida en tallas del universo JHS, dispuestas alrededor del Padre Creador. Al natural. A ras de suelo. Nunca antes vistas igual, bajadas del cielo a la tierra. Y rodeadas de flores y de atributos diversos, como en una suerte de desfile onírico.

Se había hecho la hora. Silencio. A ruedas, cuatro hermanos situarían la imagen titular del sentimiento morado bajo el dintel de la puerta de su morada. Habían sonado los toques de la Ronda y por un momento se había adivinado la voz inconfundible de Juan Carlos Saurina: «Levantáos, hermanitos de Jesús, que ya es hora». Pero no. Cosas de la imaginación, que puede a veces más que el raciocinio.

Lento caminar. Sólo unos metros. Y en el límite de la calle, una Trinidad de ocasión. El Padre, Jesús Nazareno, Tomás Castro convertido en hijo abad y el Santo Espíritu del Reverendo Manuel Fláker. Sonido del himno de la cofradía y media vuelta.

Dijeron que había habido quien tomara el camino del jardín de San Francisco y la calle Hospicio para enfilar el recorrido de la procesión y completarlo sin compañeros de puja, sin almohadilla, sin dolor al hombro. Contaron que hubo quien lloró incapaz de contener la emoción cuando sonó ‘La Dolorosa’ en recreación planificada. Se escuchó que relucieron más que el sol los uniformes de gran gala de la Guardia Civil cuando entró el primer rayo de sol por la puerta de Santa Nonia y alumbraron (esta vez de verdad, sin leyenda) la frente del Padre Nazareno.

De repente, sonó el despertador. 06.00 horas. 15 de abril de 2022. Viernes Santo primero después de la pandemia. Hora de volver a la puja. Todo había sido un sueño. Solamente un sueño.

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