Diario de León

Gatos

RÍO ARRIBA | Asisten impávidos a la decadencia de la ciudad y no les concierne el fin del mundo. Amamantan a su prole bajo la lluvia y cazan ratones al amanecer. Hace tiempo que los pájaros escasean

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La llegada de la Navidad subraya el paso vertiginoso del tiempo y en mi caso, recordando el que llevo dedicándome a escribir textos para el Diario de León, la sensación se vuelve más intensa. Son más de tres lustros dándoles la lata con una columna cuyo principal mérito siempre se lo deberé al gran Vicente Pueyo (un hombre y un periodista ejemplar), quien me sugirió un título que me ha acompañado fielmente hasta ahora.

Me pongo a pensar en mi primer artículo y soy incapaz de evocarlo con precisión, aunque me viene a la memoria una historia de gatos emboscados en un tejadillo del Crucero. Estos días pueden verse en otro lugar más recóndito, bajo la calle en memoria del general Gutiérrez Mellado (aquel militar enjuto que se enfrentó heroicamente a un grupo de facciosos), superando con gallardía su segundo invierno leonés. Se agazapan entre los morrillos que sujetan el puente y forman una colonia estable y notoria: gatos callejeros de diferentes tamaños, incluso de estampa imponente, que salen a pasear junto al río Bernesga cuando se derrama un poco de luz. Hay gente que les suministra comida y quizá eso explique que sigan en pie (como el propio general ante la zancadilla de Tejero) y logren sobrevivir a las inclemencias y el hambre.

Son gatos que manifiestan la dosis adecuada de insolencia y orgullo, ese rictus furtivo y disuasorio que han perdido sus colegas domésticos. Algunos se lamen el bigote con tedio hostil, como debe ser que hacen las criaturas que han sido testigos de sucesos indescriptibles: noches de rayos pavorosos, incursiones de perros voraces, lazos de alguaciles embozados y siniestros. Estos gatos asisten impávidos a la decadencia de la ciudad y no les concierne el fin del mundo. Amamantan a su prole bajo la lluvia y cazan ratones al amanecer. Hace tiempo que los pájaros escasean y, mientras trepan a los álamos, lanzan entre sus ramas algún maullido triste. Seguramente sean los últimos de una estirpe que gobernó la Tierra, en una época donde se extinguen los animales salvajes y sus primos de campo, sin pesebres ni cocinas bilbaínas, desaparecen bajo la sombra helada de las espadañas.

No deseo ponerme melancólico, pero es posible que no puedan sobrevivir a este invierno de aguas torrenciales y gobiernos crispados. Alguno de esos niños que todavía pasea con su abuelo sin un móvil en la mano, los echará de menos. Se convertirán en un recuerdo furtivo, en una breve secuencia de miradas, de bostezos y de piruetas en la oscuridad: un poco como estos artículos, donde siempre quise mezclar el juego y la memoria, seguramente sin conseguirlo del todo. Pero reconozco que disfruté mucho intentándolo. Permítanme desearles un feliz y venturoso 2020.

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