Diario de León

Nacho Abad

Dublín y los muertos

LE BIG MAC | "Fumando junto a la puerta de entrada, me encuentro a un compañero. El humo que sale de sus pulmones se mezcla con el vaho de su aliento: parece un dragón agotado. Llevamos trabajando juntos algunos meses, pero no hemos cruzado más que algunas palabras de cortesía. Ni siquiera sé su nombre, de modo que me incomoda cuando me llama por el mío..."

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La calefacción del hotel se ha estropeado y hace frío en la habitación. Las sábanas, blancas y limpias, están heladas. Trato de escribir, pero enseguida me duelen las manos. Afuera nieva y el cielo el luce triste, como si no fuera de este mundo, como si fuera un cielo iluminado por un astro aún por descubrir, o aún por inventar, si ambas cosas no significan lo mismo. Decido que, de pasar frío, es mejor hacerlo en la calle, que es donde debe hacer frío en esta época del año y en esta mitad del globo terrestre, y no aquí, en el cuarto de clase media que me han asignado los recepcionistas, en una habitación de asalariado. Fumando junto a la puerta de entrada, me encuentro a un compañero. El humo que sale de sus pulmones se mezcla con el vaho de su aliento: parece un dragón agotado. Llevamos trabajando juntos algunos meses, pero no hemos cruzado más que algunas palabras de cortesía. Ni siquiera sé su nombre, de modo que me incomoda cuando me llama por el mío. Me dice que cerca hay un bar, y me propone que vayamos a tomar algo. Desde hace algún tiempo intento superar mi alcoholismo, pero no lo consigo. Acepto la invitación y caminamos en silencio algunos metros. Nuestras huellas en la nieve son el venenoso testimonio de dos soledades simétricas. Me pregunto si él se habrá dado cuenta de eso, o si es de ese tipo de persona que puede dar la espalda al rastro que deja en el mundo. Nos sentamos junto a la pared, en una mesa redonda y no muy alta, y antes de que nos traigan las bebidas, saca otro cigarro y se lo lleva a la boca. La pared está decorada con fotografías de escritores irlandeses. Sus rostros de otro tiempo nos observan mientras bebemos una jarra de cerveza tras otra. Apenas hablamos. Pero cuando pedimos la última ronda me dice que va a dejar este trabajo. «Llevo años en la empresa, pero nunca ha sido lo mío», comenta. «¿Y qué es lo tuyo?», le pregunto. Él me señala los retratos de los escritores: «La fotografía. He ahorrado algo de dinero. Voy a montar un estudio fotográfico». Entonces tengo la tentación de decirle que este trabajo tampoco es para mí. Como él, señalo los retratos y antes de hablar, me fijo en los rostros: Beckett, Yeats, Joyce, Wilde. Finalmente, no digo nada. De regreso al hotel, la nieve ha cubierto nuestras huellas.

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