Diario de León

Nacho Abad

La mala memoria

LE BIG MAC | Hay una línea perversa que separa lo que no ha sucedido de lo que hemos olvidado

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Trato de escribir, pero dos niños están jugando debajo de casa. Son tan ruidosos que no consigo concentrarme. Cuando eso sucede y no soy capaz de juntar más que un par de oraciones, releo mis viejos textos para ver si hay alguno que pueda ocupar la plaza que deja libre mi pereza. También ojeo las libretas que, tras garabatear las primeras páginas, he abandonado en el cajón de mi escritorio. En una encuentro una línea que me puede servir: «El día que me despidieron del trabajo, descubrí que al imitar el balido de una oveja sentía un dolor inaguantable en los dientes inferiores». No le sigue nada más que papel en blanco, pero me digo que es el principio de un relato que debería terminar. No recuerdo cuándo la escribí ni con qué propósito. A juzgar por el estado de mi letra, quizás no estuviera del todo sobrio, o del todo despierto. Puede incluso que la frase no sea mía, sino una cita de un autor, uno de esos hallazgos tan comunes en la lectura. Entonces miro hacia mi librería e intento averiguar a simple vista de cuál de esos volúmenes se cayeron aquellas palabras.

Tomo algunas novelas al azar y leo párrafos sueltos. Y me doy cuenta de que también he olvidado las tramas, las digresiones, los diálogos de casi todos mis libros. ¿Qué queda en mi memoria tras la lectura? Caminé junto a algunos de sus personajes algún tiempo, escuché sus palabras con el sonido de mi propia voz, sentí con ellos, y con ellos sufrí, y ahora es como si nunca los hubiera visto. O peor incluso, porque ya no me apetece volver a ellos. Regresar a lo que se ha olvidado siempre es más difícil que simplemente regresar, me digo. Quizás por eso no consigo terminar el relato que comienza con esta línea que me he encontrado, que he copiado de algún lado, que quizás robé de algún libro -puede que incluso la robara de un libro que aún no está escrito-.

Hay una línea perversa que separa lo que no ha sucedido de lo que hemos olvidado. Quizás traspasarla sea la única forma de viajar en el tiempo. A mí nunca me han despedido de ningún trabajo. He tenido esa suerte. Quizás mañana, cuando me presente en la oficina, el jefe me espere con el finiquito sobre su mesa. Le daré la mano, iré al banco a cobrar el cheque y me compraré una libreta. Escribiré una frase y luego otra, y otra más. Así hasta terminar ese texto que no recuerdo haber empezado.

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