Diario de León

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Septiembre está ya olvidado, octubre pasó en balde y noviembre ha venido con ganas de quedarse. El otoño ha llegado otro año más, tan puntual como siempre. Los amantes del frío y las castañas se empiezan a desperezar en sus abrigos. Las horas se hacen minúsculas en la noche y los colores llenan de ocre, rojo y amarillo todos los rincones arbóreos de la ciudad.

Odio el otoño. No por sus particularidades, ni si quiera por el frío (aunque realmente lo detesto), odio el otoño por ser el condenado segundón del verano. Una simple estación antes de que llegue la próxima. Aunque no le culpo, ser el siguiente en la lista tiene que ser una tarea complicada. Es parecido a exponer una idea, tras alguien brillante, simplemente te dejas en evidencia. Pues eso le pasa al otoño, tiene que desempeñar el mismo papel que el actor predilecto de Hollywood, sustituir el diez de Messi y luchar contra la vuelta al cole. Guerrero, gladiador y mercenario. Guerrero porque lucha con sus mejores armas (los colores), gladiador por que se revuelve entre los cambios de hora y mercenario de moneda fácil entre el frío y el calor.

Estos meses pasan lentos hasta que muere el año, y eso que los días son un suspiro de las seis de la tarde, pero lo que más se nota en el ambiente es la tristeza otoñal inherente a esta estación. Estudios llevados a cabo en los años noventa en la Universidad de Southampton, Inglaterra, revelaron que la mayoría de los adultos, al menos el 90%, experimentan cambios sutiles en el estado de ánimo, energía y sueño.

Las razones pueden ser muy diversas, pero todos los indicios apuntan a la reducción de las horas de luz. El organismo echa de menos los rayos de sol veraniegos y también las vacaciones —tampoco hay porque negarlo— pero los días tristes han llegado y, además, quedan bastantes meses hasta que se vuelva a ganar terreno a la noche.

Al año le falta poco para concluir su último acto, lo que suma melancolía al panorama otoñal anteriormente mencionado, pero no todo va a ser malo, ni triste, ni melancólico, el final de año también es una puerta hacía cosas nuevas. Quizás por eso la tristeza inunda al otoño cada año. Así es: “Se tienen que guardar fuerzas y ánimos para el año que vendrá”. Es como una especie de letargo, pero no podemos estar del todo pesimistas. Por fin, después de casi dos años, el covid parece que empieza a dejarnos respirar un poco más tranquilos.

Mi odio hacía el otoño era lo que principalmente me ha movido a redactar esta columna, aunque según he ido escribiendo estas palabras me he dado cuenta de que no odio tanto la melancolía de las hojas como pensaba, he de reconocer que tiene su magia. No es una naturaleza que resalta sus cualidades, es algo esquivo, que se esconde y apenas se puede ver.

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