Diario de León

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La vida en el pueblo siempre ha sido más tranquila, no por sus laboriosas tareas, si no, por ese silbido silencioso que recorre las encinas, los ríos y los montes de la península ibérica.

El éxodo rural vació los campos y lleno las fábricas de hombres y mujeres en busca de una vida mejor. Las gentes ya no crecían entre las remotas casas y los pocos oficios autóctonos que quedaban fueron desapareciendo. Los únicos que soportaron el hastío y las raíces fueron los afincados al campo, los vaqueros, los agricultores, los artesanos… aquellos que tenían algo más que una maleta que cargar a las espaldas para marcharse.

Estos habitantes, perennes de las villas y los pueblos, los que no se marcharon, tomaron las herramientas que sus padres les enseñaron a utilizar y perduraron el oficio en su legado, completaban sus tareas en el día y las retomaban a la mañana siguiente, sin pena ni gloria, en poco tiempo, se quedaron solos, convirtiéndose en el corazón y en los pulmones de la vida rural.

La principal amenaza que afecta a los pueblos es la falta de oportunidades. No hay alternativas, solo un plan de jubilación anticipado o un, cada vez más caduco, sector primario. Las actividades agrícolas y ganaderas son el motor económico de la España vaciada y estas cada vez ven peligrar más su estabilidad y rendimiento.

Se busca una vida alejada del ruido, de la contaminación y se encuentra, con tan solo rebuscar un poco, una vida llena de dedicación y sacrificio solo apta para los verdaderos amantes del campo.

Al hablar con ganaderos y agricultores siempre saltan tres problemas principales en cuanto al sector primario: la falta de relevo generacional, las condiciones abusivas de trabajo respecto a los contratos urbanos y la falta de incentivos.

Si partimos de la base de que el sector primario es la piedra angular por la que giran todas las actividades rurales, vemos como esos cimientos en los que se establecen los pueblos se tambalean entre el polvo del siglo pasado. Los incentivos estatales solo ponen parches a lo que es ya una herida a sangre abierta. Sin un plan de regulación del territorio y sin unas medidas que apoyen a los jóvenes a perpetrar las raíces de antaño, lo que ahora se conoce como España vaciada mañana será un desierto en medio de la meseta.

La vida siempre puede suponer un constante cambio de paradigma, pero obviar la flecha que apunta a que todo va a cambiar, es dar palos de ciego. Pronto, o a lo mejor más tarde, los campos se vaciarán y apenas habrá una persona que se encargue de un centenar de reses, encontrar gente que quiera trabajar en el campo será imposible y, pese a las ayudas y a los esfuerzos, nada llegará a buen puerto, hasta que ya no quede nadie. Tan solo, un solo viejo que recuerde el pasado mientras mira cómo la gente, pasta en verano.

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