Diario de León

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Una pena que los Hispanos no disputen torneos internacionales en invierno y en verano todos los años, es —por desgracia— el único momento en que el balonmano español interesa a las grandes audiencias. De hecho, se acabó el Europeo y ya casi nadie sabe que existe una Liga Asobal defenestrada, sin ningún tipo de aliciente y con un Barcelona que ha acabado con toda esperanza, si es que quedaba alguna. Y por eso, el mérito de Jordi Ribera es infinitamente mayor al de cualquier otro seleccionador. Porque España no tiene a los jugadores más corpulentos, ni a los más técnicos, ni a estrellas de renombre que brillen en Europa. Y aún así desde que Ribera se hiciese cargo del banquillo todo son éxitos. Porque sí, la plata ante Suecia debe recordarse como tal. En un año, dos bronces —Mundial y Juegos— y un subcampeonato europeo. Y este último con más mérito después de que se vio obligado a reconstruir al equipo casi por completo. Todo desde la humildad más absoluta, sin grandes aspavientos, sin pretender ser el protagonista y siempre en un segundo plano. Un genio cuya lámpara concede casi todos los deseos.

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