Diario de León

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S alvo que se imponga por el abuelo o un pariente amado, a ninguna pareja joven se le pasa hoy por los cálculos el ponerle Federico a un crío. Parece nombre que camina a lo exótico, pero 18.962 Federicos dice el Ine que hay en España, aunque preguntas por ahí y nadie conoce o trató a más de dos. O ni siquiera. Y descontada la tía a quien escribía cartas Crémer leyéndoselas por la radio en su espacio «Luces de la ciudad», justo después del Parte, ¿habrá hoy alguna Federica, aunque sea por emular a esa infanta Marichalar que ya se puso en nómina del realengo famosete y del chismorreo nacional haciéndola noticia ya se vaya a los toros o le venga la regla burbónica?...

Federico tiene su rimbombancia; ahí está El Grande, rey prusiano que asombró a Europa, y Chueca, Lorca, Fellini, Zuccaro, Fred Astaire, Chopin... El nombre se las trae por traerlo aquí los godos, aquella barbaridad noreuropea en la que te bautizaban Frithurik para significar «rey de la paz»... y de ahí degeneró al Frédéric tan común en media Europa; pero aquí, Federico... ¡rey de la paz!... ¿será el nombre el más indicado si uno se apellida Losantos?... aunque el que me tira de nostalgias es un «Federico que sí» del que se aprendía estilo, coherencia y valentía, Villalobos, delegado aquí de Trabajo en un excitante 1975 que tanta cosa deparó a España. Nos veíamos a menudo en su despacho, y allí Chencho o Manolo Nicolás a veces. Y Federico, al interfono: Piedad, no me pase ninguna llamada... y tráiganos hielo. Nos ofrecía un  Famous Grouse  y un puro montediós de los de mazo y contrabando que le traían de Benavente y así arrancaba un animado repaso de novedades en el corral local y turbulencias en el ruedo nacional con un franquismo nerviosito, furioso y a verlas venir... finiquitando. Y nos dice un día: voy a hablar con los clandestinos de Comisiones o Fabero estalla; si les hago interlocutores, nos detienen, pero no hay otro modo. El gobernador Laína bufó, pero sólo así logró arreglar Villalobos el reventón alejando porras y policía. Y nosotros, pasmaos: ¡pero qué pelotas, Federico; Laína, jódete!

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