Diario de León

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Con las galas de los muertos se visten los «vivos»... y como suelen ser trajes que caen grandes, se pasan por la sastrería del disfraz, se tunean a medida y ya está. Vaya apaños que se hace la peña cuando va de orgullito patrio y muy distintos del vecino pillando mantos reales con sangre y polilla de grandes monarcas reinventados de lindo y aguerridos en pinturas y esculturas porque gusta mucho que parezcan héroes de cómic para repintar el reino, resoñarlo y venderlo bien fácil porque hoy, más que nunca, anda el pueblo huérfano de líderes, sentimientos y buenas historietas; y en este tiempo de confusión los asustadizos piden volver a «la casina de uno» donde pillar un papel de figurantes al menos (bocadillo, 50 euros, banderita y quetedén) en la película grandiosa que otros guionizan para ensalzar un pasado muerto y abrirse un futuro «vivo», vete a saber con qué intención cada cual. Un artículo de cabo de años (41 ya, de no creer, fue ayer) recordó sentida y elogiosamente la muerte y «figura» (lo fue) de Baldomero Lozano, el socialista que rearmó un PSOE leonés que, incluso agonizando Franco, no era nada aquí, desordenada tropa de más sindicalistas viejos que políticos nuevos. Baldomero puso la cosa en orden. Traía esa orden. Les dio clase. Y lo bordó como político sagaz, porque la gracia de Baldo para coser aquellos retales estuvo en no ser leonés; ¡qué cintura política le dio ser albaceteño, paracaidista, economista de látigo y constructor de sueños cuando España iniciaba sus balcuceos democráticos en 1977!... Pero no fue el leonesista a fuero que pretenden algunos poniéndole capas que nunca lució y solo les valen a ellos para ir de profetas. Su sensibilidad al desideratum leonés era muy otra cosa: oír, intuir y anotar la veta emocional (electoral) que latía ahí con tanta gente rojera o fiable (ahí fié) avalando un sentimiento incial muerto después en cazurreces derechiles y moranismos, que a eso se vuelve. Y Peláez, que también anduvo en esto y trabó con él tres largas sobrecenas y un conciliábulo, reburdió un ¡querido Baldu, róbante el mantu!...

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