Diario de León

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Hablando de truchas la memoria se convierte en fiscal implacable y presenta su primer cargo: ¿por qué hace 50 años los 45.000 pescadores (con licencia, añadiendo 4.000 furtivos) tenían en León un cupo de 21 truchas/día sin verse especialmente afectada la recuperación biológica de los 3.000 kms de ríos trucheros y 6.000 más de presas y arroyos no menos entruchados, pese a que la gran mayoría de pueblos no tenía modos de depuración de aguas y vertidos, siendo también cierto que aquella ruralidad no producía tanta mierda como la que creció en las siguientes décadas, sin contar la peste agraria infectando estos acuíferos y escorrentías con fertilizantes, fungicidas y pesticidas?... y responda el acusado: ¿quién hace más daño a un río, un ingeniero o una caña, un plan hidráulico o el Velerín furtivo de turno que vivía vendiendo la pesca?... ¿y quién acabó con las ranas, el que destruyó los charcales de todo soto con maquinaria que convertía ríos en canales o El Chepa que pescaba cada domingo de verano doscientas ranas sin salir de Cimanes del Tejar, y excluyendo al majadero que culpa de ello a las cigüeñas?...

Harto el fiscal de no lograr respuestas, cambió de hilo por animar al eco bordador y preguntó si existe forma de cocinar la trucha genuinamente leonesa igual que se dice en toda España  trucha a la navarra  sabiendo que su único truco es preñarla de lonchita de jamón antes de torrarla en sartén hirviente. Y aquí sí que se escuchó a Rolindes, discípula de la señora Amada de Barrios de Luna, defendiendo las dos formas tradicionales y propias de comerlas aquí: la  sopa de truchas , versión excelsa de la popular «sopa de peces», pero con trozos grandes de pintona y zoquetillos sin migar y no esa papurria trillada que hoy te endiñan como tal... y la  trucha de las tres efes  -fresca, fríta... ¡y fría!-, salada la noche anterior y reposada, pero friéndose en mitad de aceite y mitad manteca de cerdo para saborizarla aún mejor que la navarra. Y todas las truchas que veas hoy en concursos gastronómicos, concluye Rolindes, échalas al cesto de ocurrencias y pijaínas.

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