Diario de León

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T odos conocemos esa regla general para esquivar males, la que dice «De lo que comiste, come», no juegues con exotismos, que todos los males entran por la boca, salvo los que te mete por el culo el jefe, el juez, el socio o la pareja. Dice el dietista: tienen que comer de lo que comieron sus padres, aquello que les dio la clave de su resistencia y adaptación genética... allá ustedes si quieren arriesgarse a otras grasas, proteínas o químicas.

Acatando la regla y repasando lo que de niño comía y comieron antes los suyos, nos trajo Peláez su alegato: Soy bisnieto de la hogaza y de la berza, soy nieto del potaje y la chacina, soy hijo del congrio y del cordero, y fui destetado con leche de cabra, rabo de cecina para echar dientes, puré de legumbres y requesón con azúcar para cruzar el «valle de lágrimas» que pronto se descubre. Hice lista con lo más común que recordaba, dijo, y me dispuse a replantear mis comidas, pero en ninguna tienda o súper puedo encontrar ya nada de aquello que comí: las patatas victorianas que enriquecía con sebo mi abuela Conso, las arvejas con que hacía la liebre para que tocara a más, ni la verdadera cecina de castrón con que ilustraba el pote de los jueves, ni escarolas de pelo de bruja, ni las canijas alubias de arroz, si eran blancas, o de aceite, si eran amarillas, ni el pan de hurmiento que hacía el de Nava con una cuarta de alto, ni aquellas peras de limón o las de muslo de dama que ya no volvieron a verse, ni los pollos de corral que criaba para Navidad... pero sí que puedo seguir la «regla del dos» que decía la pobre: dos veces a la semana carne, pescado, legumbres y hortalizas, dos veces manzana ( una manzana al día pone al médico en lejanía ), pera u otra fruta, dos veces huevos o tortilla; lo demás: caldos, purés o sopas a sortear cada día; y vino como un rey , agua como un buey y un café de pote para espantar la siesta. Algo de todo aquello quizá quede, pero ocurre que ni yo ni mi mujer, que es de piso, sabemos cómo lo cocinaba la abuela, nunca se lo pregunté, igual que la Etnografía oficial no se interesa por nuestra cocina popular.

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