Diario de León

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C laro que hay diferencia entre una talibana en un burka, esa cárcel total, y la monja que debía velar todo su rostro ante los hombres. La diferencia es que a la talibana la obligan a encarcelarse en ropón, mientras que la monja se encarcela por propia voluntad (no hay mejor esclavo que el que decide serlo). Sin embargo, late en los dos casos un mismo criterio: la mujer provoca la tentación y no debe dar motivo a ello; tápese, sea modesta y haga vida retirada (¿no fue más fácil prohibir al hombre mirarla babosa y acosadoramente?). En velar a la mujer coinciden los credos de Alá y Yahvé; y también algunos jueces en esta España de hoy que creen que una mujer vestida provocativamente puede explicar, si no justificar, que la violen.

Esta visión oriental de la mujer como ser algo inferior la heredó un cristianismo que nació judío y convivió o perreó tanto tiempo con lo musulmán. En mezquitas y sinagogas jamás se verán mujeres entre los hombres, van aparte, fuera de la vista. Y en templos cristianos también fue así algún tiempo. Aquí mismo, en los tres siglos que imperó el rito mozárabe en las iglesias leonesas (anteayer), las mujeres iban al lado o al fondo y separadas por alta celosía o colgaduras. Y el velo de misa que fue obligatorio hasta hace poco era el último retal y testimonio de lo que empezó siendo casi un burka en aquellas mozarabías o en los conventos de rigurosa clausura del siglo XVII. Recuérdense también tantos textos tremendos de santos o teólogos describiendo a la mujer como sede de todos los males y causa de la desviación o ruina del hombre (cosas así dejan poso o reviven a menudo como en aquel pastor de Sahagún que le decía a Joaquín Cuenca «desengáñese, profesor, de las mujeres no se aprovecha nada, pero naaaada; bueno, menos un corrín»). Así que en realidad no es tan distinta la razón que niega el sacerdocio a una católica de la que esgrime un talibán para no meter jamás en sus gobiernos una ministra que no sea de escayola. Y siempre habrá sacristanes diciendo «si las mujeres fueran buenas, Dios tendría una, ¿no?».

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