Diario de León

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Marejada de dolor, montón de circo informativo, montañas de morbo vicioso... Blanca Fernández Ochoa murió sola y en presencia muda de solo un pino anciano porque nadie olió ni de lejos ni en el pasillo de su casa su cita con el destino, pero el cortejo de chismorreros, plañideras de ocasión y carroñeros titulados que se montó al instante se ha hecho interminable fila que va de Pontevedra a Murcia pasando por Cercedilla... porque ¿a quién no conmueve la mirada limpia de Blanca y su franco reír que nos reviven tantas fotos de archivo traídas a duelo o a lagrimón de caimán?  

Esta conmoción informativa deja claro, una vez más, qué gran mentira es lo de  la muerte que nos iguala . Hay muertes y muertes; hay desapariciones y desapariciones; en unas no te busca ni tu propio chucho y en otras se monta un despliegue de medios del copón y mediáticos de ¡la Virgen!, incluso con delegada de gobierno a pie de obra.  

Sin duda, la tragedia de la esquiadora pide foco y campana en portada, pero nadie se merece la resaca tertulianta de corrala que aún nos espera al no dejar a Blanca morir en paz como si les fuera necesario sacarla cada día de su ataúd y su desgracia a pasearla por bocas de todos... hay audiencia, hay filón, hay caja... y una gana popular de hurgar en heridas sanguinolentas, pues siendo las semblanzas que se hacen de Blanca generalmente elogiosas como ejemplo de pundonor deportista, son los aspectos más morbosos y entrometidos los que atizan este gran negocio.  

Poca gente se hace dueña de su muerte. Silenciosamente, Blanca lo hizo, pero no para que ahora venga a robársela ese buitrerío ruidoso de los medios (y laterales) que viene a fisgar y hurgar en lo terrible y malsano sin querer ver el efecto divulgador y llamada que tiene en los que ya rumian o se asoman a una solución final, al disparate.  

La desvergüenza (y alivio de culpa) es que ahora acuerden además dar su nombre a un polideportivo en Madrid; ahí pilla lo «ppopular». Aunque es un avance: antes, aquí, al suicida le negaron hasta enterrarle en camposanto.

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